miércoles, 7 de marzo de 2018

Masonería, etnicidades y revoluciones

El siglo de las lucesEl siglo de las luces by Alejo Carpentier
My rating: 5 of 5 stars

Ya se ha escrito muchísimo sobre Carpentier, El siglo de las luces y lo real maravilloso. La historia de Víctor Hughes, que en realidad es un pretexto para contarnos la historia de Esteban y que, nuevamente, es un pretexto para contarnos la historia de Sofía, es un espiral de datos históricos, pesquisas psicológicas y disquisiciones filosóficas de grueso calibre que se adelantaron por varias décadas a la realidad Centroamericana y Latinoamericana en general. De hecho, escrito hoy sería una alegoría de la Cuba castrista y Hughes, el álter ego del dictador… aunque más tenga de Chávez, de Evo y de Trump.

Se adelanta también a cómo terminan las dictaduras que comienzan con buenas intenciones, de cómo ciertas propuestas políticas —izquierdistas, básicamente— sucumben al sistema dentro del que han sido gestadas, inventadas, deducidas, y terminan haciéndole el juego a lo que pretenden combatir. La revolución francesa fue un ejemplo de las idas y venidas más absurdas, crueles y sanguinarias, que salpicaron no solo la Francia continental sino también a sus colonias. Las Antillas se convulsionaron enfrentándose hasta cuatro fuerzas: franceses, ingleses, españoles y aquellos que, nacidos en el territorio o importados como mercadería esclava; en medio de la revuelta, poco quedó que se haya podido reciclar en Estados naciones.

La pregunta es si valió la pena tanto sacrificio para tan gran avance pero para el retroceso que vino luego.

Carpentier entrega símbolos bastantes claros de este enfrentamiento entre razón y pasión, verdad y mentira, justicia e injusticia. Desde las primeras dos páginas, que son tal vez las más emblemáticas de la literatura en nuestro idioma, queda claro el paralelo entre la guillotina y el destino / Dios —católico, cristiano, masón, filosófico—, pues es su poder el que marca el curso de los acontecimientos. Expone además la cobardía de los valientes, el racismo de los libertadores de negros, el hambre de poder de los antimonárquicos… personas perfectamente humanas, como lo son por ser personajes históricos.

Yo me sigo quedando con la belleza del capítulo XXIV y el contraste que viene inmediatamente después con el XXV. El realismo mágico está ahí, en esas páginas, en todo su concepto hecho literatura, condensado en una escena que no se mueve en el tiempo pero que psicológicamente resulta todo un viaje. De ahí pueden deducirse las claves de qué es lo RM para Carpentier: la intersección de las fuerzas de la naturaleza con las fuerzas de la cultura humana. Me explico; hay hechos que no son comprendidos por la humanidad porque simplemente no tienen una explicación humana, lo que no significa que no existan para sí mismos. Para explayarse en eso, Carpentier nos hace ingresar previamente al mundo de los símbolos y los signos herméticos de la masonería —difícilmente la novela se pueda entender sin una pincelada del tema—. Lo RM sería el choque entre lo que no tiene significado en la naturaleza pero sí significante en la cultura humana. El mar, los tornados, el asma, las pestes, el amor… la fraternidad, la igualdad y todos esos ideales no pueden ser asidos por hombres que no los entienden pero se explican como pueden. La única que capta todo en su real dimensión es Sofía, que se me hace un personaje feminista por demás y que debería ser tomada en cuenta por los movimientos ad hoc.

No creo que Carpentier haya querido dar una moraleja sobre todos los temas que aborda, especialmente los políticos, pero los retratos son bastante elocuentes y las simbologías / metáforas un poco más que evidentes como para arribar al puerto que nos quiere llevar. La fatal universalización de los ideales universales, la verticalidad de las ideas bienintencionadamente impuestas, la precipitación de las etapas… de lo cual solo queda salir dignos, como Sofía y Esteban, quien volvió a ver la máquina tal vez en referencia circular a las últimas páginas en que le perdimos el rastro.

Y ya. A Carpentier no hay que recomendarlo, ¿cierto?


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