miércoles, 17 de mayo de 2017

La última tarde que pasé contigo

Como tengo vocación de water party, he esperado a que la saquen de cartelera para opinar. Luego de ver “La última tarde” (Perú, 2017), más que por convicción por presión de amigos cercanos, quienes decían que era buenísima, quedé muy poco convencido de que esta película haya sido un quiebre del Toronja State of Mind. Más allá de la forma de narrar, quiero decir, me parece una peligrosa naturalización de la desmemoria y del arte al servicio del “baño en el estatus”, esa idea que Geertz rescata de Goffman, y que nunca pasa de moda (lamentablemente).

En primer lugar, para ser una película basada en diálogos, hay demasiada “incidentalidad” en la puesta en escena. Se me viene a la mente la turca “Sueño de invierno” (Kış Uykusu, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, que duraba tres horas y pico y en la que no pasaba  nada más que diálogos, pero estos hacían avanzar la historia como una locomotora desbocada porque todo, absolutamente todo, desde el color de la taza de café hasta el zapato desamarrado del antagonista, estaba al servicio de la historia. Y claro, el guión era a prueba de bombas nucleares.

Hacen lo que pueden con un guion flojísimo.

En segundo lugar, es verdad que se trata de un acercamiento desapasionado a los protagonistas del conflicto armado. Pero tal vez demasiado desapasionado, porque estoy seguro que si cambiaban en la historia el haber pertenecido al MRTA y lo reemplazaban por haber sido vendedores de Fuxion, no afectaba nada de lo que efectivamente muestra la película. Ambos actores son geniales pero no pueden inventarse lo que no saben o no tienen. Lucho Cáceres hace lo que puede con un personaje más plano que su peinado, y Katerina D'Onofrio hace milagros con el texto que le dieron: uno al final se la cree. También es mérito de la dirección de actores, dígase de paso. Pero lo que está flojísimo es el guion.

Un hombre de pueblo se casa con una pituca. Ese leit motiv mueve montañas desde Pinglo hasta Tongo, y no deja de ser una aproximación machista y poco feliz. ¿Y si el pituco hubiese sido él? No, demasiado rompe esquemas, nadie podría tragarse eso. ¿A nadie le jodió la obvia naturalización de los roles de género en la historia? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese abortado? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese traicionado a nadie? ¿No se dan cuenta que la cinta fluye y convence a la mayoría, porque muestra lo que quieren ver? Amigas feministas y amigos sociólogos, ¡esto es un mansplaining con variantes de violencia epistémica a la cara!

En tercer lugar, no por eso menos importante, me llama la atención que los académicos que conozco y respeto, le revienten tanto cohete a una historia que aborda el conflicto armado de forma tan superficial. Nada, absolutamente nada la hace específica de Perú. Podían estar hablando de la guerra en Siria caminando por las calles de París, o con un par de ajustaditas podrían ser Panteras Negras caminando por Nueva York. O, qué sé yo, ser sobrevivientes del Armagedón. En la línea más consecuente del senderismo duro: es un relato ahistórico y acultural. Y eso, señores y señoras y señorxs, ¡ES PELIGROSO!

Claro, se vende como un producto no comercial y por eso debe haber gustado a la fuerza. Como tiene una empaquetadura  más o menos culturosa, seriona, a diferencia de las películas abiertamente comerciales que se vienen produciendo y estrenando en nuestro país, la gente se tragó el cuento. Es como si a Paulo Coelho lo vistieran con un tuxedo y lo pusieran a hablar de psicomagia en una chocolatada navideña pro niños de x y z albergue. Así de agresiva veo la cosa.

Me resulta mucho más orgánica la estupidez desmemoriada de “Avenida Larco” o de “Asu mare” que la sucesión de poses sin sentido de “La última tarde”. ¡Y eso que el guion ganó no sé cuántos premios!

Y ya, para acabar, en cuarto lugar “La última tarde” no deja de ser una aproximación vertical dizque académica y open mind a nuestro pasado más doloroso. Más light que el disco Chill Out de Bossa & Rolling Stones. Por eso mismo, antes que un aporte a la memoria colectiva resulta una ofensa para las víctimas del conflicto. E, insisto, eso es peligroso.

(Mención aparte: ¿no se les ha ocurrido problematizar el perfil fenotípico de los actores peruanos?)

Julio Andrade tiene razón: hay quienes se la llevan fácil. Sobre todo si saben cuál es la pose que convence a la mayoría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario