domingo, 21 de mayo de 2017

Mi propia guerra íntima

My Own Private War (2016)
Países Bajos, 57'.
Lidija Zelovic

No hay región en Europa más convulsionada durante las últimas décadas que los Balcanes. En especial los territorios de la que fuera Yugoslavia, actual escenario de la multitud de países en que fue desmembrada, los mismos que a su vez genera(ro)n al interior de cada nación nuevos partidos políticos, alianzas e identidades. Todo ello es un depósito de pólvora encendido una y otra vez por las chispas generadas a causa de tensiones étnico-religiosas.

Y nada de esto nos es ajeno como peruanos, dígase de paso.

Mas lo que sí nos es ajeno es la forma en que el arte de toda Europa del Este ha plasmado en libros, películas, música y artes plásticas esa realidad convulsa. No tienen que abordar directamente una guerra en sus obras para comunicarnos esa “poética del conflicto bélico” que las atraviesa como una aorta mayor y que, cuando lo hace, convierte la ficción y el documental en arte personal, con características identitarias individuales y colectivas. Uno es capaz de reconocer un fotograma procedente de algún lugar de la ex-Yugoslavia casi al instante, y diferenciarlo de un proveniente de la cinematografía d Rumania o de Georgia, por ejemplo.

Gracias al Festival Al Este de Lima, que ya se va por la octava edición, pudimos ver en preestreno “My Own Private War” (Países Bajos, 2016), de Lidija Zelovic, ganadora del Premio Memoria del Mediterráneo en Trieste 2016. Este documental de apenas una hora de duración cuenta la historia personal de la directora, quien regresa a Sarajevo como periodista, ciudad en la que nació y de la cual partió en 1993 por causa de las guerras yugoslavas (que han sido varias y son complejas de explicar, si acaso alguna guerra tiene explicación). El documental fue proyectado en el Centro Culturalde España el sábado 20 de mayo a las 6pm, como parte del ciclo Europa Móvil que a su vez es parte del Prefestival de Cine, y contó como panelistas con la presencia de Violeta Barrientos, poeta y Doctora en Ciencias Sociales, y de Rodrigo Portales, crítico de cine.



El narrador como sujeto enunciador

Luego de ver la película, diría que surgen tres preguntas fundamentales:

·         ¿Quién (o qué) es la narradora y cómo está parada ante su tema?
·         ¿Cómo ella se representa la guerra y cómo nos la presenta a nosotros?
·         ¿Desde dónde lo hace y hacia dónde lleva su tema?

Claro que hay muchos más, pero en aras de la brevedad, abordemos el asunto desde esas tres entradas.

Nos queda claro que Lidija Zelovic interpreta Lidija Zelovic: hace no un documental sobre la guerra en Sarajevo sino sobre ella misma haciendo un documental sobre la guerra de Sarajevo. Este interesante dislocamiento de la instancia enunciadora tiene una función específica: ella es madre –y nos muestra a su hijo interactuando con ella-, es hija – nos muestra a sus dos padres en sendas secuencias de interacción familiar-; pero también es prima de un sujeto que pasó de ser un pan de dios para convertirse en francotirador, y amiga de un hombre que se niega de muy malas maneras a contar su versión. Tiene ascendencia serbia –etnia que el mundo señala como responsable de los actos más sanguinarios- pero se considera yugoslava. Su familia, por lo menos su padre, ha optado por estar del bando de los serbios –es decir, se identifica con una comunidad- y le recrimina que ella no abrace una identidad étnica sino que opte por ponerse del bando de las víctimas.

De esta manera, la directora se posiciona en el justo medio de todos los fuegos, con todos los cañones apuntando sobre ella.

Pero (su) Yugoslavia no solo ya no existe físicamente sino que es un recuerdo que pocos quieren evocar; así, cada vez que ella enarbola esa bandera identitaria es agredida (en una calle por un conductor que casi la atropella, por un amigo que la deja hablando sola, por los soldados que la agreden sexualmente).

Lidija Zelovic es, además y muy por encima de todo, una mujer reportera. Como tal, además de todo lo antes dicho, vive un infierno una vez que cae en manos de quienes consideraba compatriotas. Y no tiene reparo en decírselo al mundo, porque es justamente con las mujeres que las guerras se ensañan siempre. Al respecto, como señala Violeta Barrientos, opta por una narrativa femenina y hace un relato no desde los hechos sino desde las emociones. Destaco la escena en que, luego de contar la agresión de la que fue víctima, la vemos conversando con su madre en el jardín de su casa; la mamá le pinta el cabello mientras Lidija trata de decir algo con la voz partida y lágrimas en los ojos. Pero también la vemos, antes y después, en imágenes de archivo patinando durante su infancia en Sarajevo, jugando con sus amigos, vestida para ir a las discotecas y, en fin, llevando una vida normal interrumpida por las guerras. Son momentos en que lo real, desde la acepción lacaniana, se hace presente y presumo que no solo en la pantalla sino también en los espectadores, a quienes afecta tal vez no cada secuencia por separado sino la sumatoria de todas ellas.


La guerra como objeto enunciado

La historia de la disolución de Yugoslavia es compleja en extremo y no da para explicarla aquí; solo señalaré que el proceso de su desaparición implicó guerras exacerbadas por cuestiones étnicas vinculadas a las religiosas. En una lectura que lleva a las comunidades imaginadas de Anderson al paroxismo, serbios, croatas y bosnios construyeron identidades y hasta repúblicas en territorios diversos; de tal forma, tuvimos desde una República Serbia de Bosnia y Herzegovina (muy aparte de la República de Serbia) hasta una Comunidad Croata de Herzeg-Bosnia y sus equivalentes en territorios croatas y serbios. Como algunas de sus más tristemente célebres consecuencias tenemos el Genocidio de Srebrenica y el Sitio de Sarajevo, por nombrar unas pocas atrocidades perpetradas en aquellos territorios contra objetivos civiles.

Zelovic abre su documental exponiendo sus dudas. ¿Cómo ha de abordar una guerra, esta guerra que la toca tan personalmente? Más o menos se hace las mismas preguntas que Silvio Rodríguez canta en “Playa Girón”. Opta por un inicio lúdico, con el “Waterloo” de ABBA como tema de apertura. Sabemos que esta canción, ganadora del Eurovisión en 1974, fue duramente criticada por comparar una catástrofe bélica con un “faling in love”. ¿Acaso esa es la representación que debe hacerse de una guerra, distante, frívola y enajenada desde cualquier perspectiva?

La directora y protagonista también duda sobre qué tratar en su documental: ¿Es la historia de una pérdida? ¿Es la historia de una guerra? ¿Es la historia de tres generaciones de una misma familia y su relación con una identidad que ya no existe? Como sea, su visión de las guerras de Yugoslavia tiene, lo reconoce, una distancia que poco le sirve para representársela y representárnosla. Ella ha pasado gran parte de su vida en los Países Bajos y regresa a su ciudad natal como periodista de guerra de la BBC, es decir casi como observadora.

Justo por eso apela a las personas. No le sirve contar una historia que siempre será la historia de los ganadores. Hablará de, desde y con los seres humanos: los desplazados, los ganadores, los perdedores, las víctimas y los verdugos; si pudiese, hablaría con los muertos. Y eso es lo que se nos muestra: una sucesión de personas antes que personajes, hablando de sus experiencias pero siendo desnudados por la cámara (por ejemplo su primo Zelkjo, el francotirador, nos dice que jamás le disparó a un civil pero en una secuencia en la cual nunca mira a la cámara y se deshace en tics nerviosos).

Como mencionó Portales en algún momento, Zelovic opta no por ser la documentalista-mosca-en-la-pared sino la documentalista-avispa-que-picotea-a-todo-el-mundo. Le planta cara a todos, incluso a ella misma, para tratar de entender qué significa la guerra para cada persona y en cada colectivo.

Muy lejos no llega en esa empresa, y parece que tampoco fue su intención. Su “propia guerra íntima” es su lugar de enunciación como descendiente de serbios, como mujer, como madre y como hija que no entiende cómo nadie a su alrededor es capaz de mirar más allá de las heridas, desde la plataforma sanadora de la gran patria. No entiende que ya no tiene país, no se siente cómoda con esa ausencia de identidad pero, antes de llorarla, la problematiza. Acaso toda esta gente que se autoproclama bosnia, croata o serbia… ¿no se da cuenta que tales identidades son también un capricho antes que una realidad objetiva, y que no tienen sustento así como nunca lo tuvo Yugoslavia?



El documental como vehículo de expresión

“La guerra está en todos lados”, dice alguien en algún momento de la película, picoteado por la avispa Zelovic. El amigo serbio le dice que no tiene interés alguno en contar su versión de la historia, pues nadie le creerá, y que mejor le haga un documental sobre sus plantas, tras lo cual la deja hablando sola, incómodamente sentada frente a una mesa –un plano que dura varios minutos y que es tenso por su inamovilidad-. Ya dijimos que casi la atropellan cuando se presentó como yugoslava a los espectadores. Los primeros planos de su rostro muestran respuestas viscerales a cada estímulo. Durante la incursión a su antigua casa vemos ahora un departamento en ruinas y con nuevos propietarios. Las conversaciones con su familia sobre los crímenes de guerra de su abuelo no llegan a ningún lado; son crímenes que ella misma se niega en un intento por reescribirse la (su) historia. Vemos también la vitalidad de las personas haciendo (ejercicios, por ejemplo, o bailando en coreografías o, simplemente, huyendo de las balas) contrapuesta a la estaticidad de los muertos (“tal vez en este momento yo esté pisando los restos de mi hijo, pues nunca supe dónde está enterrado”,  nos dice una mujer). Y entendemos al reportero como un nuevo "bando enemigo" desde el punto de vista de los ejércitos y los civiles; el documental es un vehículo incómodo que muestra una realidad que, por terrible, es preferible negarla.

Zelovic opta por trabajar con oposiciones, pero antes que “binarizarlas” las triangula. Por ejemplo, cuando enfrenta vida con muerte opta por mostrar un tercer elemento, casi siempre el plano panorámico del paisaje, árboles y bosque: es decir la tierra (¿el país?) como catalizador de este conflicto puntual. Evita en todo momento caer en dicotomías como la manida /buenos/ versus /malos/: todo tiene un tercer punto de vista –incluso más de tres-. Así, la guerra y la paz encuentran su tercer elemento en la conciencia de Zelovic, que ni está en paz consigo ni deja fluir la guerra, es decir el odio, en ella pues no tiene un bando desde el cual performarlos; simplemente está buscando dónde lanzar el ancla, dónde encontrarse a sí misma pero en territorios neutros de pasiones.

El lenguaje cinematográfico de “My Own Private War” es frenético: pantallas divididas, saltos de tiempo, insertos de VHS, fotografías desenfocadas, cámara en mano completamente sucia, calidad de imagen pobrísima –con toda la intención-… Con todo, se permite licencias poéticas como la caída de las hojas en otoño que abren y cierran la película, la belleza de la nieve y las escenas en que juega con su hijo.

La opción de la directora es convertirse en instancia enunciadora y enunciataria a la vez: porque las guerras no pueden ser cuentos históricos, una sucesión de hechos narrados en tercera persona con pretendida objetividad. Las guerras matan personas, desplazan, violan, destruyen hogares, exterminan comunidades y aniquilan países; y si no es desde las emociones, ¿cómo dar cuenta del horror, del miedo, del rencor y de la confusión?


El cine de Europa del Este responde a una realidad que está casi en el ADN de sus realizadores. Porque todos, sin excepción, fueron víctimas o victimarios. Es obvio que queda ahí una lección que debemos aprender en relación con nuestro  propio conflicto armado, con nuestras propias tensiones étnicas y con las formas en que nos acercamos a ellas para representarlas. Mientras sigamos viendo las contradicciones peruanas desde los puntos de vista Lombardi, Toronja o Calero (y lo que es peor, aplaudiéndolos con complicidad) no conseguiremos ni distinguir nuestras heridas ni, mucho menos, curarlas.

miércoles, 17 de mayo de 2017

La última tarde que pasé contigo

Como tengo vocación de water party, he esperado a que la saquen de cartelera para opinar. Luego de ver “La última tarde” (Perú, 2017), más que por convicción por presión de amigos cercanos, quienes decían que era buenísima, quedé muy poco convencido de que esta película haya sido un quiebre del Toronja State of Mind. Más allá de la forma de narrar, quiero decir, me parece una peligrosa naturalización de la desmemoria y del arte al servicio del “baño en el estatus”, esa idea que Geertz rescata de Goffman, y que nunca pasa de moda (lamentablemente).

En primer lugar, para ser una película basada en diálogos, hay demasiada “incidentalidad” en la puesta en escena. Se me viene a la mente la turca “Sueño de invierno” (Kış Uykusu, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, que duraba tres horas y pico y en la que no pasaba  nada más que diálogos, pero estos hacían avanzar la historia como una locomotora desbocada porque todo, absolutamente todo, desde el color de la taza de café hasta el zapato desamarrado del antagonista, estaba al servicio de la historia. Y claro, el guión era a prueba de bombas nucleares.

Hacen lo que pueden con un guion flojísimo.

En segundo lugar, es verdad que se trata de un acercamiento desapasionado a los protagonistas del conflicto armado. Pero tal vez demasiado desapasionado, porque estoy seguro que si cambiaban en la historia el haber pertenecido al MRTA y lo reemplazaban por haber sido vendedores de Fuxion, no afectaba nada de lo que efectivamente muestra la película. Ambos actores son geniales pero no pueden inventarse lo que no saben o no tienen. Lucho Cáceres hace lo que puede con un personaje más plano que su peinado, y Katerina D'Onofrio hace milagros con el texto que le dieron: uno al final se la cree. También es mérito de la dirección de actores, dígase de paso. Pero lo que está flojísimo es el guion.

Un hombre de pueblo se casa con una pituca. Ese leit motiv mueve montañas desde Pinglo hasta Tongo, y no deja de ser una aproximación machista y poco feliz. ¿Y si el pituco hubiese sido él? No, demasiado rompe esquemas, nadie podría tragarse eso. ¿A nadie le jodió la obvia naturalización de los roles de género en la historia? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese abortado? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese traicionado a nadie? ¿No se dan cuenta que la cinta fluye y convence a la mayoría, porque muestra lo que quieren ver? Amigas feministas y amigos sociólogos, ¡esto es un mansplaining con variantes de violencia epistémica a la cara!

En tercer lugar, no por eso menos importante, me llama la atención que los académicos que conozco y respeto, le revienten tanto cohete a una historia que aborda el conflicto armado de forma tan superficial. Nada, absolutamente nada la hace específica de Perú. Podían estar hablando de la guerra en Siria caminando por las calles de París, o con un par de ajustaditas podrían ser Panteras Negras caminando por Nueva York. O, qué sé yo, ser sobrevivientes del Armagedón. En la línea más consecuente del senderismo duro: es un relato ahistórico y acultural. Y eso, señores y señoras y señorxs, ¡ES PELIGROSO!

Claro, se vende como un producto no comercial y por eso debe haber gustado a la fuerza. Como tiene una empaquetadura  más o menos culturosa, seriona, a diferencia de las películas abiertamente comerciales que se vienen produciendo y estrenando en nuestro país, la gente se tragó el cuento. Es como si a Paulo Coelho lo vistieran con un tuxedo y lo pusieran a hablar de psicomagia en una chocolatada navideña pro niños de x y z albergue. Así de agresiva veo la cosa.

Me resulta mucho más orgánica la estupidez desmemoriada de “Avenida Larco” o de “Asu mare” que la sucesión de poses sin sentido de “La última tarde”. ¡Y eso que el guion ganó no sé cuántos premios!

Y ya, para acabar, en cuarto lugar “La última tarde” no deja de ser una aproximación vertical dizque académica y open mind a nuestro pasado más doloroso. Más light que el disco Chill Out de Bossa & Rolling Stones. Por eso mismo, antes que un aporte a la memoria colectiva resulta una ofensa para las víctimas del conflicto. E, insisto, eso es peligroso.

(Mención aparte: ¿no se les ha ocurrido problematizar el perfil fenotípico de los actores peruanos?)

Julio Andrade tiene razón: hay quienes se la llevan fácil. Sobre todo si saben cuál es la pose que convence a la mayoría.

Exposición: Proyecto Archivo - martes 23 de mayo

La Sala Luis Miró Quesada Garland ha producido más de 400 exposiciones de arte con énfasis en arte contemporáneo en un periodo de 33 años. Desde su fundación, ha venido recopilando documentación relacionada a estas exposiciones, así como de otras actividades para la difusión de las artes.



La exposición "Proyecto Archivo" busca dar a conocer la documentación relacionada a estas exposiciones en una linea de tiempo y proponer la creación del primer "Archivo de Artes Visuales Miraflores" en colaboración con la comunidad. Se busca así que estos documentos, que constituyen un valioso acervo cultural, sean un aporte a la lectura e interpretación de la historia del arte contemporáneo en Perú.

Va del Martes 23 de mayo al 15 de junio. Más información aquí.

De Adaneva a Inkarri, pasando por Lévi-Strauss

De Adaneva a InkarríDe Adaneva a Inkarrí by Alejadro Ortiz Rescaniere
My rating: 4 of 5 stars

Este libro tiene un objetivo bastante ambicioso: explicar el Perú a partir de un análisis estructuralista de diversos mitos que van, como el título de la obra indica, de Adaneva a Inkarrí. Para esto, señala dos objetivos específicos: 1) demostrar que la oralidad es tan válida como la escritura y que tiene su propia especificidad cognitivo filosófica, y 2) demostrar que las visiones del mundo de los indígenas y del mundo occidental contemporáneo no son tan diferentes (y que, por lo tanto y por poner un ejemplo antojadizo, el desarrollo a la occidental nos es viable, porque parten de nociones similares).

Y, digamos, hasta cierto punto lo logra. Contextualicemos: se trata de un libro escrito en 1972, y que recoge con un rochoso retraso el Levi-Straussismo metodológico que le sirve de bisturí para analizar los mitos. Advertidos así, y pasando por alto que algunos —varios— elementos se meten en la estructura mayor mitológica casi con un calzador, las explicaciones sobre la pobreza, la división social y el estado de la cultura indígena encuentran su explicación en la visión que los mitos analizados explican.

Y claro, la esperanza ante esta realidad desoladora viene en forma de mesianismo, pues queda claro que no hay forma de revertir las inequidades y las injusticias salvo por intervención divina, pero la de los dioses buenos, no del Dios cristiano que más bien trabaja para el enemigo —y es un enemigo en sí—.

De paso, el autor nos demuestra que no hay mucha diferencia entre el planteamiento teórico científico y el de la lógica "primitiva", y este punto es importante porque, nos dice, es la base de un tipo de violencia —¿epistémica?— que profundiza las diferencias: imperialismo puro. Y más que fijarse en las diferencias, busca las equivalencias; la más evidente es aquella que relaciona la solución violenta y cataclísmica brindada por los mitos andinos a cómo corregir el mundo, con los planteamientos revolucionarios de la dialéctica marxista. Porque los binarismos oposicionales están servidos en el imaginario indígena, y es por ellos que toda la teoría analítica y la metodología estructuralista le queda que ni pintada al autor.

Es evidente que el libro puede resultar denso para quien no está metido en el quehacer antropológico. Pero la belleza de los mitos narrados (en idioma original y con su respectiva traducción al español) podrían hacerlo merecedor de una lectura por parte de escolares y hasta de quienes solo busquen un buen libro para pasar el rato. Entretiene y ayuda a repensar el "problema del Perú" no como un desencuentro cultural sino como una imposición injusta y cínica de la que, Wiracocha de por medio, lograremos salir algún día no muy lejano. Así sea.


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Remember Vicus Project

Memorias de la Comunidad de Vicos: Así recordamos con alegríaMemorias de la Comunidad de Vicos: Así recordamos con alegría by Comunidad Campesina de Vicos
My rating: 4 of 5 stars

El proyecto Memoria Viva, iniciado en 2003, indagó sobre uno de los programas más importantes de la antropología peruana: el Proyecto Perú-Cornell (1952 a 1962, con alcances hasta 1966). Cómo se sabe, este fue consecuencia de las estrategias geopolíticas de EEUU, implementadas para no perder terreno en América Latina durante la posguerra y la inminencia de movimientos revolucionarios.

Memoria Viva se acerca a los actuales ciudadanos de Vicos llevándoles material audiovisual y escrito, con el fin de que ellos y ellas reconstruyan el pasado a partir de los registros. Los ítems abordados son los orígenes, el cambio generado por el Perú-Cornell, identidad, fauna y flora, idiomas, educación, trabajo en chacra, autoridades, costumbres, rituales, culinaria, salud, vestimenta, construcciones, caminos, etc. Cada capítulo aborda uno de estos temas y, se entiende, los plantea como indicadores étnicos e identitarios.

Lo primero que llama la atención es por qué tenemos la necesidad de hacer un libro (a pedido de los vicosinos) para mantener la memoria y poder transmitir la historia. No es por pecar de idealistas, pero la pregunta clave aquí sería: ¿en qué momento la oralidad dejó de ser efectiva? ¿Acaso la hispanización implica la pérdida de la potencial memoria construida sobre la base de la transmisión oral? ¿Acaso otra consecuencia (no consciente) del paso del Perú-Cornell fue el desarraigo de ciertas tradiciones de base?

Por otro lado, y sobre la base de lo expuesto, llama la atención que los diversos testimonios no solo no coincidan sino que se contradigan respecto de cosas tan poco relativas como la evolución de las actividades agropecuarias, el cambio educativo y cuestiones de salud. Lo cual, al ser este un libro escrito por una comunidad y a partir de sus recuerdos, puede tomarse como una especificidad del experimento y no como una imprecisión académica metodológica.

Sin ánimo de ahondar en lo que este libro profundiza, queda claro que a Vicos le cambió la vida el Proyecto Perú-Cornell —para bien y para mal—. No solo lo condicionó a recibir de manera muy particular la Reforma Agraria Velasquista, por poner un ejemplo, sino que también sirvió para marcar una identidad diferenciada ante coyunturas como los cambios de gobiernos, el terremoto de 1970, el advenimiento de las nuevas tecnologías y los ensayos en reforma educativa.

En general, es difícil que este libro sea entendido por los no-investigadores sin conocimiento previo de lo que fue Perú-Cornell y del contexto sociopolítico de la época, además de la necesidad de tener un bagaje mínimo de lo que fue la evolución de la antropología y la sociología peruanas. Sin embargo, como ejercicio de construcción de memoria, visto entre barras de valor absoluto y acompañado de un esfuerzo por desacademizar y deseuropeizar nuestra visión de lo que debe ser un libro pretendidamente histórico, el texto es un aporte interesante. Deja claro qué sucedió antes y después del Proyecto, y cuáles fueron las consecuencias a largo plazo, principalmente en el ámbito cultural, pues lo que empezó como un intento de reestructuración socioeconómica devino en un acto de aculturamiento intencionado, apenas salvado por la voluntad de Vicos en pleno por no perder sus raíces (pues cambiar no implica olvidar, y nada cambia tan radicalmente como para dejar atrás sus orígenes).

Este libro es un buen ejemplo de cómo se muestra y cómo se debe abordar la construcción de la memoria en este tipo de situaciones. La memoria relacionada con crímenes de Estado es otro cantar y necesita una metodología diferente, así como resultados mucho más exactos. En todo caso, según me parece, se trata de un híbrido interesante entre historia y libre oralidad que va de la libertad a la imprecisión, del testimonio a la opinión y de lo histórico a lo mítico sin precisarnos cuándo es que ancla en dónde.


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Caníbales todos: sobre la violencia en el Perú

El Caníbal Es El Otro: Violencia Y Cultura En El Perú ContemporáneoEl Caníbal Es El Otro: Violencia Y Cultura En El Perú Contemporáneo by Victor Vich
My rating: 5 of 5 stars

Una interesante aproximación desde múltiples frentes al tema de la violencia en el Perú, especialmente de aquella que se perpetra desde la cuestión de la etnia o, digámoslo de una vez, de la raza. Son tres ensayos y cuatro los puntos de vista sobre el sufrimiento de la violencia: el de una militante senderista cuya identidad desconocemos más allá de un supuesto seudónimo, el de unos campesinos que sufrieron un atentado por parte de Sendero Luminoso, el de una persona que fue víctima de los abusos de las Fuerzas Armadas durante su infancia en plena guerra interna, y una crítica con todo y patada en el suelo a Lituma en los andes, la novela de Mario Vargas Llosa, en la que se analiza la violencia académica.

El autor plantea una hipótesis que no es nueva: la violencia no es solo física, también es simbólica y cuando es ambas a la vez -física y simbólica- se vuelve real en términos lacanianos. Este ejercicio de la violencia se da de las siguientes maneras:

1) En el primer ensayo, se aborda la expropiación de la identidad personal para beneficiar a un partido que canaliza el beneficio en el líder. En ese sentido, el culto al caudillo tuvo matices religiosos en la época de apogeo de Sendero Luminoso, con el agregado de haber sido siempre una violencia machista (expropiadora de la identidad de género, para mayores señas, ver páginas 44-45) y completamente aculturada y ahistórica (expropiadora de la identidad cultural). Es en esta suerte de lobotomía masiva que el terrorismo violentó a sus propios militantes. Aquí la concepción de /violencia/ se acerca bastante a los análisis de Hannah Arendt en Sobre la violencia.

2) En el segundo ensayo se analiza la violencia bruta y achorada tanto de Sendero Luminoso como de las Fuerzas Armadas sobre un grupo de campesinos. La primera parte narra el ataque de SL sobre los trabajadores de una fábrica, aunque la matanza perpetrada no fue sobre las personas sino sobre el ganado; la sanguinaria revuelta fue detenida a la mitad por causa del llanto de las mujeres que descuadró a los senderistas (la explicación, en la página 55). Esta historia está contada por Nicanor, uno de los militantes de SL que tomó parte en esta acción, y se centra en los aspectos más simbólicos de la violencia: lo que se "mata" o se "ataca" es aquello que parece ser una extensión del enemigo, y se le debe destruir incluso si esa "extensión" es un ser humano. La segunda parte cuenta la historia de Juan, quien era un niño cuando las Fuerzas Armadas masacraron a su familia como parte de lo que fuera una política de Estado durante la dictadura de Alberto Fujimori: al no tener la inteligencia suficiente para saber quién es senderista y quién no, el ejército mataba por igual a hombres, mujeres, menores de edad y personas de la tercera edad. Además de matarlos, el Estado daba licencia para torturar de las peores formas imaginables.

3) El tercer ensayo es un ensañamiento contra la novela Lituma en los andes. Claro, quienes la hemos leído sabemos que Vich tiene todos los motivos del universo para darle con palo, y que no hay defensa posible de semejante bodrio conservador -solo que está muy bien escrita y se deja leer a pesar del lamentable contenido-. MVLL no solo caricaturiza, según Vich, al ciudadano andino, sino que lo señala como un salvaje violento e irreductible, un ser del cual el enunciador marca sus diferencias, colocándose muy por encima. Y con MVLL, se hace extensivo el ejercicio del poder por parte del enunciador literato, académico y político, sobre el enunciatario, ese "otro" andino.

El caníbal es otro es un libro muy lúcido, que tal vez genere rechazo en las mentes más estrechas de nuestro país, pero que se hace indispensable si es que queremos comprender un poco más sobre la génesis de la violencia en el Perú.

El libro puede ser conseguido en el IEP, en su más reciente reedición (que no tiene ni un mes):
http://iep.org.pe/fondo-editorial/tie...


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