viernes, 28 de abril de 2017

Morir de amor: un libro sobre el feminicidio

Morir de amor: Un reportaje sobre el feminicidio en el PerúMorir de amor: Un reportaje sobre el feminicidio en el Perú by Teresina Muñoz-Nájar
My rating: 3 of 5 stars

El feminicidio está de moda para bien y para mal. Para bien porque pone el tema en agenda y lo visibiliza en medios a tal punto que es casi imposible, a estas alturas que alguien no sepa del tema y no tenga una opinión al respecto (estemos de acuerdo con ella o no).

En este marco de tendencias positivas encontramos “Morir de amor”, de Teresina Muñoz-Nájar; libro corto, contundente y en extremo didáctico sobre el tema. Entrega las definiciones fundamentales, brinda teorías, conceptos y estadísticas (sobre la perpetración y sus motivaciones, tanto en Perú como en América Latina), muestra los perfiles psicológicos de los delincuentes, dibuja marcos teóricos afines (como aquel del ciclo de la violencia, p. 29), se empapa sin miedo en la polémica (“no todos los hombres que matan a una mujer son feminicidas”, p. 32; “el feminicidio es un crimen de Estado”, p. 49) e incluye las estratagemas legales con que los asesinos reducen sus condenas (la bendita “terminación anticipada”). También nos dice que la problemática no va a menguar con condenas más severas sin una estrategia de base educativa centrada en el cambio de comportamiento de los hombres.

Así las cosas, el tono del libro mantiene una indignación transversal con la que no se puede estar más de acuerdo, la cual lleva al lector a picos de impotencia cuando lee y se entera, por ejemplo, que la mayoría de los feminicidas reducen sus penas de (aproximadamente) 30 años a (aproximadamente) menos de la mitad porque 1) son muy bien asesorados (¿qué abogado en su sano juicio puede asesorar a un feminicida, por las llagas de Jesucristo?); 2) este asesoramiento se sirve de todos y cada uno de las carencias y los problemas administrativos de la ruta de denuncia y de justicia; 3) al Estado le importa tres pitos las salud de las mujeres (“Los perros, los gatos y los animalitos gozan de mayor protección legal que nosotras”, p. 137);y 4) no falta el feminicida que tiene un amigo o pariente en la policía, el cual le ayuda a escaparse (como sería el caso del Brigadier Choque Cañahuire con Joseph Estrada Medrano, p. 73) o a demorar el juicio para que aplique lo de la “terminación anticipada”.

Con todo eso, “Morir de amor” es un libro que despunta entre toda la producción de artículos, ensayos, opiniones y programas televisivos que abordan el feminicidio. En medio de la cresta de la ola, se muestra como una obra importante y que no solo merece sino que debe ser revisada y tomada en cuenta. Es bueno, pero no tanto…

El primer párrafo de esta reseña señala que se habla de feminicidio “para bien y para mal”. Ahora mencionaré algunas cosas que me parecen negativas en general sobre este abordaje masivo del asunto, y que el libro de Muñoz-Nájar trae a colación.

Primero: el tema del enunciador. Desde las primeras páginas, la autora nos deja clarísimo que el tema le tocó directamente porque quien fue asesinada trabajaba en su casa (presumo, corriendo todos los riesgos del caso, como empleada doméstica), y no escatima en recordarnos reiteradas veces que el asesino de Simona huyó llevándose el manojo de llaves de la casa de su hermana. Aquí hay un trazado evidente de línea divisoria entre un “nosotras” y un “las otras”, así como posteriormente describe la movilización de la que fue capaz su familia (y contactos cercanos bien posicionados) para que su hermana no corra mayores riesgos. Segundo: si bien figura el testimonio de las familiares de las víctimas, lo que abunda (y con toda la intención) es el testimonio de los expertos, más específicamente de las expertas, convirtiendo este libro en un ejemplo que Spivak podría citar de lo más bien a la hora de afirmar que no todas las mujeres corren los mismos riesgos ni son víctimas de las mismas inequidades. En “Morir de amor” todas las víctimas (las enunciatarias, aquellas de las que se dice algo) tienen un mismo perfil: son mujeres ubicadas sociocultural y económica muy por debajo de las enunciadoras. Y estas últimas son directoras de ONG, abogadas, operadoras de justicias y, cómo no, las organizadoras de la marcha “Ni una menos”. Tampoco faltan los especialistas hombres, pero por lo menos a mí, este detalle sí me hace tremendo ruido; es como un “mansplaining” pero de mujeres letradas, ¿blancas?, con buenos ingresos y con una posición social bastante más holgada que las víctimas y sus familiares.

Mención aparte merecen los prejuicios que se cuelan entre líneas: los diminutivos paternalistas con los que describe la fisionomía de las víctimas (por su procedencia, claro está), la constante mención a que ellas eran hijas o madres de alguien (¿no hay una forma de decirnos que estas mujeres eran valiosas por sí mismas y no por el tipo de relaciones que tenían?), la calificación del sexo anal como un acto “contranatura” (p. 102) y la a veces reiterada búsqueda de protagonismo de la autora, innecesario toda vez que es la enunciadora principal.

Bueno… ella puede hacer su libro como quiere, pero recordemos que las víctimas de feminicidio no mueren “de amor” sino de odio. De odio misógino y machista, estructural. Y también mueren porque en esa telaraña estructural de discriminación también participan el racismo, el clasismo y la conveniente ubicación de cada quien en su lugar. Tal vez faltó la mirada antropológica en este conjunto de reportajes, además de una presencia mucho mayor de los testimonios de las mujeres que se relacionaron con las víctimas. Y el cable a tierra sociocultural.


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