martes, 15 de noviembre de 2016

Carne fresca para todos

La carne de RenéLa carne de René by Virgilio Piñera
My rating: 5 of 5 stars

Imposible no contextualizar esta novela en la Cuba de Fulgencio Batista (la novela fue publicada en 1952) y también, cual oráculo, en la de Fidel Castro, en cualquiera de sus décadas (aunque con énfasis en los ochenta). Pero además de todo esto, se trata de una novela universal, altamente filosófica, aplicable a cualquier país, sistema de gobierno e identidad (la que sea). René, el protagonista, va de la apatía al pánico, del horror a la contemplación, del sufriimento extremo al placer, sensaciones todas que tienen que ver el descubrimiento de su naturaleza humana: la carne, propiedad principal de su cuerpo. Todo parte de los acosos sádicos de Ramón, su padre, masoquista empedernido que disfruta lacerando su propio cuerpo y mostrándole sus heridas, cual medallas o trofeos, a René, y quien además lidera la revolución por la causa del chocolate (?), por la cual la familia está predestinada a ser mártir. Luego pasará al internado en que le enseñaran a encontrar placer en el miedo al dolor (la parte más 'gore' y fascinante de toda la novela se desarrolla precisamente ahí), regresará a las manos de su padre, descubrirá una nueva veta de sensaciones ligadas a la carne en los brazos de una concupiscente vecina, Dalia Pérez, para finalmente descubrir por sí mismo cuál es el misterio de la carne, la suya y la de los demás.

Más allá de la anécdota, la novela abunda en cuestiones interesantes. Llega, por ejemplo, a describir eróticamente las torturas a las que es sometido René, mientras que por otro lado todo lo relacionado con el placer se nos hace insoportable gracias a los recursos narrativos de Piñera. Aquí hay de todo: desde reflexión profunda sobre el libre albedrío humano (y su necesidad o utilidad, altamente cuestionadas), la incorporación en sociedad, la identidad, la especificidad de las culturas, la predestinación, el sistema + las estructuras + la urgencia por salir de ellos (o no), la decadencia moral, la relatividad de los binarismos (hombre/mujer, viejo/joven, vivo/muerte, sufrimiento/placer, cuerpo/alma) y lo irrelevante que resulta rebelarse a nuestro destino pues, como seres humanos, solo podemos vivir en la humanidad; de lo contrario seríamos bestias o algo más que no está en nuestra naturaleza.

A esta conclusión nos lleva Piñera cuando nos da en la cara con que vivimos en un mundo carnal, pues somos carne, y que la misma solo puede producirnos o bien placer o bien sufrimiento, o bien ambas cosas al mismo tiempo (o bien la una dentro de la otra). Pero nunca accederemos a aislarnos de ellas; en ese sentido, la carne de René (ergo, la de Piñera) se parece mucho a la cultura de Geertz, a la maraña de significados fuera de la cual nuestra vida no tiene sentido literalmente hablando. El placer, incluso, es solo un medio para arribar al sufrimiento y es el dolor el fin en sí mismo, el Dios Todopoderoso, pues incluso estando al servicio de la causa (la causa del chocolate, es decir la del placer) se nos dice que la revolución no es más que un pretexto para servir a la causa última, la de la carne. Así pasamos de las alegorías a los abusos y la (auto)tortura católicos, a la contemplación de los monasterios budistas e, incluso, a la simbología masónica, con todos y sus rituales iniciación y de paso a Aprendices, Compañeros y Maestros (¿habrá sido Virgilio Piñera un Q:.H:.? Pues como que sabe demasiado...). Mientras tanto, René solo busca ser una persona "libre" (se nos explica que ser libre es ser mediocre, uno más del montón), un personaje único en su normalidad para un contexto que le tiene reservada la mayor gloria. Es como un Jesucristo huyendo de su destino, que por muy magnánimo que le sea pintado, pues no le apetece; todo esto en un universo en el cual las mujeres no pintan un chícharo que no sea procrear y ser vehículos de distracciones para los elegidos de su misión, gracias a los cuitas de sus encantos carnales. Con todo esto, a la vista de que las únicas opciones que se le presentan tienen que ver con la carne, la rebeldía de René consistirá, finalmente, en resistirse a ser un rebelde.

La imaginería abigarrada de Piñera está aquí en pleno, a tal punto que podríamos afirmar que se trata de un compendio de sus fantasías más febriles: hay guiños a los cuentos fríos (que, sin embargo, publicará dos años después), a sus obras de teatro (con énfasis en el absurdo de "Electra Garrigó"), con un alto nivel de homoerotismo desfachatado, sadismo y otras cuestiones que harían sonrojarse a los cultores más entusiastas del moderno cine 'gore'. La diferencia es que Piñera utiliza todo esto para reflexionar sobre la futilidad de la vida mostrándonos sus extremos, todos juntos en uno solo: nuestra relación, positiva o negativa, con el sufrimiento. Y cómo esta no es sino un discurso sobre nuestra relación con nuestra propia existencia. Piñera es un genio que toca estos temas tan aciagos con un sentido del humor retorcido, que provoca risa y horror al mismo tiempo; solo así lo panfletario y maniqueo de la historia pueden ser entendido como alta ironía. No se sorprenda el lector si se encuentra, a mitad de la novela, deseando profundamente que la carne de René sea lacerada en la ceremonia iniciática de la escuela, pues lo primero que tambalea en uno mismo al enfrentarse con el libro es la percepción propia del dolor ajeno. Quién sabe si en esto de la insensibilidad por la carne ajena no nos falta tan solo un empujoncito literario.


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