domingo, 30 de octubre de 2016

Sobre debates presidenciales televisados, Parte 1 - Introducción

La presente entrada de este blog ha sido "inspirada" por dos hechos paralelos. El primero, mi participación en una ponencia o presentación (?) acerca de "El contenido político de los memes en el segundo debate presidencial en Perú" (que refirió, estrictamente, al segundo debate previo a la segunda vuelta electoral por la presidencia del Perú en el año 2016). Esta reunión se llevó a cabo el jueves 27 de octubre de 2016 en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y si la menciono es porque me la tomé bastante en serio a pesar de lo que, para muchos, puedan implicar los memes y el humor político. Personalmente, me parece interesantísimo el abordaje de la viralidad comunicacional, propia de las TIC y de las redes sociales (ambas dependientes las unas de la otras), en el marco de la comunicación política. Lo que no fue para nada interesante es que hubo mucho por abordar y profundizar, pero muy poco tiempo para hacerlo...

Y el segundo acontecimiento, condicionado por el primero, fue la lectura del libro de Lilian Kanashiro sobre los debates presidenciales televisados. Si bien ella no habla de memes ni de redes sociales ni de TIC (¡pero debería!), sí realiza un acercamiento interesantísimo, el cual será el eje de todo lo que se hable de aquí en adelante. Básicamente, me planteo realizar una larga reseña a su libro bajo una mirada, entre comunicacional y antropológica, desde la construcción de herramientas de información masiva / viral en función de la comunicación política (y viceversa).

Entonces, empezamos con...

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Lilian Kanashiro
Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Una aproximación semiótica.
Lima, Fondo Editorial de la Universidad de Lima. 2016



Puede que el título del libro no sea el más marquetero del universo, ni su portada la más atractiva, pero el contenido sí que vale la pena. Y por varios motivos: el primero (y principal) es por el tremendo condensado de información que aporta acerca de los debates presidenciales televisados de todo el mundo (Capítulo I) y del Perú (Capítulo II). Sí, es cierto: como hay tanta información disponible sobre todo esto, digamos que el contenido ofrecido aborda todo por encimita, no más, mas la bibliografía al final del libro es bastante generosa, así que si alguien quiere profundizar que lo haga por su cuenta; ese ya no es rollo de la autora, que ella está enfocada en otra cosa. Segundo, por el acercamiento crítico, que empieza a dibujarse desde el saque pero que realmente arranca al final del segundo capítulo ("7. Perspectivas futuras"). Tercero, porque hay una aproximación semiótica en ciernes, si bien algo difusa y que puede que prometa más de lo que cumple, y deja las líneas están dibujadas como para quien quiera continuarla desde donde la autora la dejó. Y, finalmente, porque precisamente el análisis no está cerrado (siendo honestos, ¿cuándo y dónde se cierra un análisis semiótico?) y deja puertas y ventanas abiertas para nuevos análisis, semióticos o no, de otros debates o de los mismos, bajo las premisas kanashireanas o bajo otras. Muy especialmente, deja la mesa servida para darle una mirada mixturada entre comunicación y demás ciencias sociales, dada la riqueza de información y la forma como presenta (y aplica) sus instrumentos metodológicos.

A mí me provocó analizar los debates presidenciales televisados desde mi propia experiencia académica y laboral, y a la luz de los nuevos instrumentos y herramientas de comunicación "propios" de las TIC y de las redes sociales, que es un poco lo que voy a tratar de exponer a continuación (en esta y otras entradas) siguiendo la lógica expositiva del libro de Lilian Kanashiro.

Pero antes, algunos links sobre Kanashiro y sobre el libro:
Y antes, también una observación. Como hay mucho que decir y una única entrada muy larga resulta inmetible, organizaré las ideas en diversos post (aunque probablemente muy pocas personas los lean, por lo menos a mí me van a servir para organizarme y 'desdensearme' un poco).


Sobre los debates en sí mismos

Kennedy vs. Nixon, en el primer debate presidencial televisado (1960).

El prólogo del libro, escrito por Óscar Quesada Macchiavelo (rector de la Universidad de Lima, nada menos) menciona las tres áreas que emergen... mejor lo cito textualmente, para no hacerme bolas: la presente investigación "(...) presta atención a la eficiencia y optimización de las prácticas entre las instancias discursivas de emisión y de recepción, con vistas a dar cuenta de las formas de construcción y de representación de las identidades y de las alteridades políticas. Emergen así tres grandes áreas analíticas: la de los mecanismos de manipulación enunciativa inscritos en el lenguaje televisivo, la de los regímenes de interacción de los actores representados y la del juego político de configuraciones y reconfiguraciones entre el 'nosotros' y los 'otros'" (pp. 11-12, subrayado propio).

Como todo esto está desarrollado en el libro, y como tampoco se trata de reseñarlo de paporreta ni de repetir lo que ya dice, me permito más bien interactuar con lo propuesto y escrito por Kanashiro (y resaltado por Quezada M.).

Primero lo primero. ¿Qué es un debate? Pues un debate es una confrontación entre dos o más personas y lleva implícita la idea (¿semas? ¿sememas?) de lucha o combate (ver lo que dice la RAE). De ahí, no es difícil colegir qué es un debate (electoral) presidencial televisado. O más bien, no es difícil colegir qué debería serlo en un primer de lectura, si no hubiera que hacerse algunas salvedades.

1) Debe verse por lo menos a dos candidatos interactuando, confrontando ideas que sean diferentes: es decir que un debate no sería un debate si dos personajes (en este caso, candidatos) opinan lo mismo sobre todos los temas. Y, a riesgo de adelantar algunas conclusiones finales, como bien diría Freddie Mercury, "The show must go on" sea como sea, pese a quien le pese. Es decir que si tenemos dos personajes que son idénticos (como el Jesús y el Judas del cuento de Borges), la construcción televisiva "debate" demanda que exista una diferencia, ¡aunque sea inventada!. Por ejemplo, ¿alguien podría mencionar objetivamente diferencias sustanciales entre las propuestas de PPK y de Keiko? Ambos son más de lo mismo, políticamente hablando en general y económicamente en particular (y, por el nivel de repartija y corrupción al que estamos asistiendo hasta la fecha, en todo lo demás también). Sin embargo, lo que se vio a lo largo del primer y del segundo debate fue a dos personajes (no necesariamente políticos) lanzándose puyas de todo calibre de ida y vuelta, golpes bajos por doquier y acusaciones de todo tipo (muchas de ellas sin una base argumental sólida, la mayoría por parte de Fujimori). El contenido de las propuestas pasó a un segundo o tercer plano, y la mayoría de televidentes solo nos quedamos con el "cómo has cambiado, pelona" y el "tú no has cambiado, pelona".

Con esto queremos decir que lo de "electoral presidencial" se reduce al contexto detrás de la figura de los actores, no a su implicancia política (por lo menos en ese momento y, me temo, tampoco durante la campaña, pero eso es otro tema que veremos más adelante). Kanashiro aduce, en alguna página que ya se me perdió, que esto podría verse agudizado por la "naturaleza" del lenguaje televisivo (como también se verá más adelante), la cual jala agua para su molino; es decir, sabemos que vemos a dos candidatos que pugnan por ganar la elección presidencial, pero ese es solamente el punto inicial de referencia. Digamos que es el punto de partida, pues lo que veremos a continuación es un despliegue de recursos que poco tienen que ver con propuestas concienzudas sobre soluciones políticas a los problemas que, supuestamente, deberían ser aludidos en ese momento porque, también supuestamente, es del interés de la audiencia conocerlas.

Segundo debate previo a la segunda vuelta 2016, completo. 

Pero no. Lo que nos ofrecieron tanto PPK como Keiko fue más bien un show, una "espectacularización" (aunque Kanashiro diga que los debates peruanos no se han espectacularizado, p. 233; obviamente yo discrepo) de lo que en buena cuenta debería ser un debate político... si este no fuera televisado. Y he aquí el segundo ítem por aludir.

2) La banalización política de los debates. ¿Realmente deberían ofrecer alguna suerte de pedagogía política? ¿O más bien deben morir en su ley, priorizando el debate en sí y no la exposición formal y detallada de los planes de gobiernos? Kanashiro dice que no pero también deja entrever que su anhelo es que así sea (p. 104). Por otro lado, ¿los debates banalizan la política o esta ya viene banalizada, para bien o para mal, sin ánimo de juzgar si esto es positivo o negativo, desde varios años atrás? La autora del libro señala que la cosa ya estaba así desde ante de la existencia de los debates televisados, por lo menos en Perú, y que la "televización" precipitó toda la evolución hacia lo que entendemos hoy por política (¡también se me perdió la página en que dice o sugiere esto!).

Pero, por otro lado aún, y esto es ya una inquietud personal: ¿realmente debemos aferrarnos a la idea tradicional de la política de partidos, si este aferramiento nos está llevando a todas luces a una política de caudillos? Dicho de otra forma, hace rato que no hablamos de partidos políticos y mucho menos de ideologías: la gente vota por (o contra) Alan García Pérez, Keiko Fujimori, Verónika Mendoza, Pedro Pablo Kuczynski (o más bien PPK, que es su doppelgänger), César Acuña, Alfredo Barnechea o Julio Guzmán. Asociar a los personajes a un partido político forma actualmente parte de una erudición casi iniciática, y más aún asociar todo eso a una ideología política equivale ya a un ejercicio intelectual digno de entrenamiento olímpico.

Cabe resaltar que, de alguna forma, la (¿única?) ideología más visible es, hoy por hoy, la de la izquierda, asociada permanentemente -y con toda la intención- por los grupos conservadores con el caos, el desgobierno, el terrorismo y las dictaduras... como si no hubiese dictaduras, terrorismo, desgobierno y caos desde la derecha. Sin embargo, en el inconsciente colectivo está más presente o, en todo caso, resulta más fácil inducir asociaciones que nos lleven, de carambola, desde Verónika Mendoza hasta Mao Tse Tung, pasando por Hugo Chávez, Fidel Castro y, cómo no, Abimael Guzmán. El APRA hace tiempo que se convirtió en un arroz con mango ideológico, solo asociable con la corrupción y el narcotráfico, como bien nos lo recordó Fernando Olivera en el debate de primera vuelta (a continuación, un ingenioso clip al respecto; adelantamos que debe prestarse atención a la mirada asediante de Olivera hacia García, y a toda su gestualización y expresión corporal, además de las reacciones de un García que no creía lo que le estaba pasando, las cuales, dígase de paso, fueron televisadas).


Lo mostrado en este video (aquí, la versión seria y subtitulada) es una fragmentación de aquello a lo que se asistió aquel día. Es decir, que a la fragmentación y el reordenamiento propios del formato televisivo/televisado del debate presidencial asistimos ahora a una fragmentación y reordenamiento de la fragmentación y el reordenamiento original, con ingredientes adicionales y totalmente ajenos al debate: musicalizado y con licencias que durante la emisión "en vivo" estaban prohibidas. Lo que nos lleva al punto siguiente y final (y también a hacernos la pregunta de si las negociaciones entre partidos políticos, previas al debate, no pudieron prever que un producto tan demoledor contra Alan García surgiría pese a todas las precauciones tomadas):

¿Alguien recuerda el nombre del partido político de Fernando Olivera? ¿Alguien asocia a Alan García con Haya de la Torre y las propuestas ideológicas que hicieron del APRA un partido político incómodo en el pasado para los poderes políticos de su momento? Aquí lo único que queda claro, para los paladares más exquisitos de las ciencias políticas y para unos cuantos ciudadanos medianamente informados, es que casi todas las propuestas apuntaron a perpetuar el modelo económico perpetrado por Ollanta Humala, modelo que él, supuestamente, haría tambalear, ya que es imposible desactivar el piloto automático con el que se conduce nuestro país desde hace varias décadas.

Esto también nos debería llevar a reflexionar sobre la construcción del discurso de lo que resulta política y económicamente seguro: quiénes lo dicen, desde qué lugares de enunciación, por qué y a quienes; y quiénes lo aceptan y actúan (por ejemplo, a votar) a favor de la perpetuación de dicho modelo (que ahora deviene en estructura y sistema).

Aquí llego al final de la primer entrada del blog sobre este tema. En las siguientes se abordará, valga la "rebuznancia", lo siguiente:

Parte II: De las aproximaciones semióticas

Parte III: Sobre el lenguaje televisivo.

Parte IV: Debates presidenciales televisados, TIC y redes sociales.

Parte V: La construcción del nosotros y de los otros (y de los estos y de los aquellos).

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Y no se cierra esta entrada sin un par de objeciones al libro, que luego serán varias más en las entradas posteriores:
  • Señor Quezada M.: si bien la RAE señala que infantil, en su tercera acepción, puede usarse como sinónimo de inmaduro, convengamos que no es políticamente muy correcto ni nos queda muy bien como adjetivo, sobre todo en intelectuales de su calibre y de su nivel de comprensión del idioma y sus implicancias. La RAE también habla de lo negro como una raza y de todo aquello que pueda relacionarse con ella (tal y como lo hizo Alan García, vaya), y ya las ciencias sociales y las otras nos han explicado con manzanitas que las razas no existen. También sabemos que la RAE defiende la tauromaquia, el sistema monárquico y la violencia epistémica (Spivak dixit) que implica mantener el plural masculino como genérico. Ya pues...
  • Las interpretaciones siempre son subjetivas. Y a veces a uno se le cuela entre los dedos, como arena, no solo el background de clase sino también el académico. Por esa razón objeto las interpretaciones "pre-juiciadas" que provienen de una de las citas textuales hecha en el libro, en la página 82. ¿Realmente a alguien que no sea periodista le importa que Toledo haya llevado la corbata ligeramente torcida? Dudo que un ser humano común y corriente pueda hacerse un nudo de corbata perfecto sin escuadras y compás, y lo dudo por experiencia. ¿Que Toledo se acomode las gafas implica que no está acostumbrado a llevarlas o que está nervioso? ¿Y esto le importa realmente al espectador? Y si le importa, ¿dónde está el estudio que así lo demuestra? ¿Quién "lee" el movimiento de cejas de Alan García, más allá de los comunicadores, periodistas, psicoanalistas y semiólogos? El punto aquí es que, me parece, debemos tener muy claro nuestro lugar de decodificación y evitar universalizarlo. No creo que sea necesario decir por qué...
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Finalmente, la reseña del libro de Lilian Kanashiro en Goodreads (sí, lo sé; soy autorreferencial al mango).


Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Una aproximación semióticaDebates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Una aproximación semiótica by Lilian Kanashiro
My rating: 5 of 5 stars

Aunque este magnífico libro merece una desmenuzada mucho más profunda (que se la haré dentro de poco en mi blog personal), cabe mencionar algunos puntos fundamentales:

1) Contiene una mirada bastante abarcadora que, aunque no es taaaan profunda (ni pretende serlo, ¡imposible con tanta información brindada!), detalla algunos de los principales ítems en la historia de los debates presidenciales televisados, en el mundo y en el Perú. Aquí prima la idea controversial de que, según la cultura, se da la forma /debate/.
2) Sobre la cuestión cuasi ontológica de los mismos, si estos debates son confrontaciones promovidas principalmente por instancias mediáticas, ¿debe pedírseles algo más que espectáculo? ¿Deben y acaso pueden tener una labor pedagógica que, por lógica, no les corresponde, considerando las limitaciones de tiempo, las secuencias y la necesidad de priorizar la interacción de los candidatos?
3) ¿Influye el formato televisado, con su lenguaje lleno de planos busto y diseccionamientos de la realidad, al reforzamiento de la "política del personaje"", del caudillo, en desmedro de una política de partidos e ideas?
4) Esta influencia, de ser el caso, ¿es necesariamente negativa o positiva? ¿Acaso ya la política no se está banalizando sin ayuda de los mass media? ¿Esta banalización es necesariamente mala o se trata de un paso evolutivo "natural"?

Junto con Quezada Macchiavello, creo que uno esperaba un análisis (ya que el punto de partida fue greimasiano), menos psicoanalítico-que-interpreta-pero-le-huye-a-la-interpretación y sí más lleno de fórmulas dúctiles que nos lleven a conclusiones específicas. Por ejemplo, me hubiese gustado saber si el plano busto de PPK es equivalente, en cuanto significante, al de Keiko o Toledo o Humala. O si determinado tiro de cámara beneficia por igual a todos. O si la cuestión de género o étnica pesa a la hora de establecer cuestiones como la iluminación (pues en una campaña en que Ollanta, por ejemplo, trató de pasar como el peruano cobrizo insigne, las luces azules lo mostraron más blanco que Rock Hudson, salvando las distancias, ¿era necesario blanquear al candidato?). O si el pinponeo de la coca vs. el litio entre Alan y Toledo tenía más lecturas posibles, y cuáles seríanj y por qué. O, bueno, ya, una secuencia de cuadros semióticos que nos ordenen la información vertida en estas páginas. O... ¿un análisis generativo? O.O

Por otro lado, lo de los planos de inmanencia se pone interesante en algún momento pero le faltó rematarlo todo con un análisis tipo "todos contra todos". Claro... eso hubiese implicado un libro de más años de elaboración y como de 300 páginas más. Así como está, quedó genial.

La construcción del /nosotros/ /los otros/ también merecía un desglose particular, pero eso implicaría incluir una mirada antropológica que no le iba ni con calzador.

La gran conclusión de este libro es que el Perú, en modernidad en cuanto a transmisión televisada de debates presidenciales, está en nada. Y que lo que hay, simplemente refuerza la misma lectura/mirada del Perú, paternalista, conservadora y fóbica al mango: hay pobreza/delincuencia/violencia, se la debe problematizar, se le debe instrumentalizar para catapultar la imagen del personaje por encima de la propuesta. Todo esto en un marco preocupantemente ultraconservador, que refuerza estereotipos y prejuicios de todo tipo tanto en contenido (mensajes, puyas, insultos o, como las llamaría Julio Hevia, "chiquitas") como en continente (el lenguaje televisivo como reordenador clasista (?) de la realidad, la forma en que parcela a los asistentes y a la audiencia, la intervención de los moderadores, los planos, el uso del audio, el efecto de sentido del "en vivo", etc.).

La información que trae el libro es valiosísima. Después discutimos sobre su objetividad, pues el esfuerzo y la generosidad con que se nos expone el contenido lo vale todo. Tiene el plus de incluir las bases de un análisis semiótico muy ambicioso que, intencionalmente, no se cierra en estas páginas. Uno lo lee y le dan ganas de aportar con otros debates emblemáticos nacionales, como el de Lourdes Flores contra Susana Villarán por la alcaldía de Lima, o el de PPK con Keiko en 2016, que aportan mucho pero también validan muchas hipótesis del libro.

Gracias, Lilian Kanashiro y Universidad de Lima.


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