lunes, 18 de julio de 2016

Sobre "Monólogo en blancohumo"...


Monólogo en blancohumo
Daniel Soria Pereyra
Ed: Daniel Soria Pereyra
Lima, 2011.

Son pocos los nuevos autores peruanos que vale la pena leer, pues la generación actual de escritores nacionales (cuando menos, de los noventa hacia adelante) peca de todos los excesos, en especial del ego colosal combinado con baja autoestima y una mala, pero muy mala producción. En medio de tanta mediocridad hay escritores que, felizmente, pueden sorprender con propuestas más que interesantes. Es el caso de Daniel Soria Pereyra y su "Monólogo en blancohumo" (2011), una novela breve (sus 160 páginas fácilmente harían 40 páginas en MS Word), concisa, contundente. Y que se deja leer agradecidamente en una tarde.

La novela narra las historias de David, un joven treintañero de clase media hacia abajo pero no tanto, con ambiciones artísticas y una vida bastante... común (padre ausente, madre soltera, universitario del promedio, con sus metidas de drogas y alcohol), y de Carmela, una migrante de la selva que llega a la capital y se establece como profesora. Ambas historias son opuestas entre sí; la de Carmela es técnicamente una novela rosa en el fondo pero no en la forma, incluso podría decirse que es una especie de parodia de romance ligero en tono de comedia negra, con una protagonista muy consciente de su pasado, presente y futuro, y siempre en movimiento constante. David, por el contrario, en realidad no tiene una historia que avance en el tiempo ni en el espacio, su monólogo es interior y lo que sabemos de él se nos da a manera de recuerdos estáticos. En conjunto, sucede que la novela tiene un público objetivo perfectamente claro: limeñ@s de clase media, de primera generación o llegados y asentados con un tiempo, digamos que entre los 30 y 50 años, pues todos los referentes devienen hasta cierto punto crípticos y ciertos espacios en blanco deben ser llenados a fuerza de apelar a la memoria personal sobre lo que se hizo o no durante la juventud en determinados barrios, en determinados bares, con determinadas drogas y tragos, etc.

La prosa de la novela es divertida, inquietante y hasta desafiante, pero no deja de tener excesos con los que, para ser honestos, podría llegar a aburrir por su retórica innecesaria. El autor tiene muchos recursos narrativos, se nota, pero no era necesario ponerlos todos (tan) juntos. Pero no es nada que un poco de esfuerzo no solucione, y nada con lo que todos los autores no tropiecen las más de las veces; además, desde la primera página se anuncia como una historia interesante que vale la pena culminar a pesar de encontrarle ciertos peros. Contiene, más bien, un puñado de reflexiones relevantes y aforismos, como aquella sobre el blancohumo de la página 56, o la descripción del amor como rutina en la página 126, plus un capítulo 17 que cierra brillantemente el conjunto (y que se deja extrañar como la pauta para todos los predecesores). El nexo entre las aparentemente desvinculadas historias se hace evidente hacia la mitad de la novela y el final nos deja sin piso, pensando en qué miércoles pasó aquí mientras leíamos. Todo esto no hace sino redondear la sensación de vacuidad y la atmósfera de desasosiego que atraviesan las historias de principio a fin.

Personalmente tengo un rollo con las novelas de muchachos anodinos que no hacen otra cosa que drogarse y/o ven la vida negativamente; me parece que es un tema muy fácil de abordar, que está de moda y que a estas alturas del siglo XXI no aporta nada nuevo. Es, como dice Carmela en alguna página, la diferencia entre existir y habitar; ya tenemos muchos habitantes en el mundo de la literatura peruana. Pero a veces se puede correr el riesgo y ganar al arriesgar. Soria roza el límite del lugar común, con toda la intención, para extraer lo sustancial y exponerlo adecuadamente entre las divagaciones del protagonista. En cuanto a Carmela, sucede lo mismo en relación con la novela rosa, pero el resultado no es tan redondo debido a que 1) se nota el esfuerzo por hacerla un personaje objetivo consigo misma, y 2) se nota que el autor es hombre y no tiene la mirada al mismo tiempo superficial y profunda del mundo femenino que del masculino; lo superficial puede estar demasiado en la superficie y lo profundo, no calar tanto. Supongo que esto podría molestar más a lectoras que a lectores, pues Carmela tiene lo justo para conectar con el público varón pero sospecho que una mujer no se la creería a la primera. Tal vez si Carmela fuese narrada desde el punto de vista de David y no de sí misma la sensación de distancia sería mucho menor... pero su relación con las revistas para mujeres y las cartas (tarot o españolas) no queda muy cuajada... salvo desde el punto de vista de un narrador varón.

La cantidad de referencias clasemedieras y generacionales para quienes crecieron en los setentas y ochentas consiguen hábilmente el efecto de un tuteo con el narrador/autor, lo cual le da calidez al texto. A veces también podrían resultar excesivos pero bueno, es el estilo de Soria y es su apuesta por hacernos la lectura familiar en extremo. Solo reflexiono muy personalmente sobre qué tanto identificarse con un personaje como David pueda resultar agradable para el lector... pues mejor parada en la historia queda Carmela, y de lejos.

También debemos señalar que esta no es una novela más sobre el escritor que no escribía, o que sí escribía o que escribió, que es otro tema de moda y con el cual los escritores-que-escriben parecen tener un stearing. Más bien es un retrato ambicioso de todo un colectivo perfectamente ubicado en el espaciotiempo, que debe identificar hasta qué punto David y Carmela no los pinta más o menos de cuerpo entero. Soria no explica porqué ni echa a perder la novela con justificaciones históricas (e histéricas) sobre cómo alguna porción de la población limeña encalló en vez de llegar saludablemente a buen puerto. Su novela nos da ciertas pautas de búsqueda para quienes quieran hacer su tarea personal aparte, pero sin un ápice de moralina. Lo cual, creo yo, habla muy bien de un libro de ficción, pero lo hace aún mejor de una primera novela. Además, está perfectamente desinfectada de lugares comunes literarios, frases rimbombantes y demás defectos comunes. Daniel Soria sabe de lo que es capaz y no pretende ir más lejos, pero tampoco quiere quedarse a la saga.

Sostengo que "Monólogo en blancohumo" es de lo mejor que se ha escrito en esta década y que merecería mejor marqueteo. Pero bueno, es una edición independiente y no puede competir con los engreídos de las grandes editoriales y distribuidoras, que nos meten diegos, santiagos y jerónimos hasta en la sopa. Suponemos que, precisamente eso, es lo que hace a esta novela una buena experiencia: se mantiene en la periferia, en cuanto a argumento, tema y narración, de lo que hoy en día se entiende como literatura contemporánea. Gracias al cielo, que esta vez resultó ser blancohumo.

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