Darrault-Harris,
Ivan y Jean Pierre Klein
Psiquiatría
de la elipse. Aventuras del sujeto en creación
Lima.
Universidad de Lima. 2016
Siglo
XXI, gente. Mezclar psiquiatría, semiótica, antropología y psicoanálisis en un
mismo proyecto ya no es un arroz con mango. O más bien, será que ya aprendimos
a ver el arroz con mango como plato gourmet. Porque si la semiótica analiza
discursos, y si todo es discurso todo (desde las voces internas de un
esquizofrénico hasta la Fiesta de la Candelaria, pasando por un partido de
rugby o una web porno –que ya sabemos qué está viendo usted en la otra ventana
del navegador-), ¿por qué el análisis de todos y cada uno de estos no puede
resultar una herramienta efectiva para llegar a soluciones de diversos tipos y
grados? Visto así, tal vez el paso de la locura a la normalidad no sea otra
cosa que un cambio de posición del discursante, de enunciatario a enunciador, dentro
de la estructura discursiva; o tal vez estemos todos enajenados de relatos y un
análisis bien hecho nos da las herramientas para librarnos, justamente, de esta
telaraña cultural que tanto nos psicopatologiza.
Pues
bien, a propósito de todo esto, he aquí otro interesante esfuerzo editorial de
la Universidad de Lima. No hay que ser psiquiatra ni semiólogo/semiótico para
que un libro con un nombre tan poético (“Psiquiatría de la elipse”, ni a Carpentier
en ácidos se le hubiese ocurrido) y traducido nada menos que por Desiderio Blanco
se nos haga irresistible.
El libro
que nos convoca, de Ivan Darrault-Harris y Jean Pierre Klein, está escrito en
clave poema de Eielson, estilo “he aquí el amor pero mejor hablemos de esta
puerta”. Antes, durante y después de abordar un tema o cualquier idea, los
autores se despachan como quieren con otros temas e ideas que tienen que ver,
que son necesarios y que enriquecen la lectura y al lector. Y cuando abordan estos,
surgen a su vez otros y otros y otros hasta que se forma el salpafuera del
mandala temático. Sumémosle a esto los pies de página y las notas del
traductor, todo reproduciéndose como por esporas, y agreguemos la necesidad del
lector de hacer pausas para buscar en el diccionario (o en Wikipedia) desde
términos extraños hasta condiciones psiquiátricas y enfermedades biológicas,
pasando por literatos, directores de teatro y pintores franceses
recontracaletas. ¡Hay que ser un Federer de la concentración para no terminar
yendo y viniendo por todo el libro sin poder terminar de leer siquiera un
capítulo!
A mí,
que ni semiólogo ni mucho menos psiquiatra, me sirvió mucho leer un par de
veces el índice e ir a las páginas cuyos (sub)(entre)títulos me llamaron la
atención. Así que me animo a hacer algunas recomendaciones para lectores
inadvertidos: antes de leer nada, si no tienen idea de qué va el libro y el
título les suena a canción de Kirsten Bråten Berg, pueden empezar atacando la
página 88 porque ahí está todo, o por lo menos el 88% de todo, empezando por la
necesaria explicación sobre qué es la psiquiatría de la elipse (en otras partes
también lo hacen, pero allí está más amigable).
Página 88 de la "Psiquiatría de la elipse" (Universidad de Lima, 2016) |
De ahí,
se puede echar un ojo a las páginas 74-80 inclusive, donde es explicado el
recorrido generativo y cómo este es adaptado a los casos por presentarse. De
ahí, sería bueno otra inmersión en el tema del libro: “la psiquiatría de la
elipse es una metodología” (pp. 297-304) y continuar con el capítulo tercero,
una especie de manifiesto psiquiatroelíptico infantojuvenil, que dice entre
otras cosas fundamentales que “el proyecto consiste en desencadenar un proceso
más que en explicar la patología del sujeto” (p. 141). Puede resultar útil
entonces ir a las páginas 225-226 para revisar algo de la gramática del discurso
de J.-C. Coquet, que contiene una parte medular de la postura del libro en
cuanto análisis. Una última ojeada, esta vez al protocolo psicoterapéutico de
esta interesante metodología (pp. 299-304), tampoco está de más. De ahí, fique à vontade con los subtítulos que
le llenen el ojo. Luego de eso, podéis ir en paz por todo el texto, de
principio a fin, que os delectará por completo.
Los
casos, cuando por fin aparecen, se dejan leer solos. Están muy bien narrados,
todos tienen principio, nudo y desenlace (no todos tienen final feliz, cabe
agregar). Lo interesante, para un lector promedio, es que algunos aspectos de
la casuística están mostrados como cosas normales en la vida de los pacientes,
en tanto humanos y no enfermos (cuidandos, que les llaman); la psiquiatría de
la elipsis evita patologizarlo todo y sacar conclusiones a priori, entre otros
motivos para evitar la superposición del consciente del cuidador y, por ende,
evitar una relación de poder a su favor; algo que se repite como mantra casi
página tras página es que el ejercicio del poder es una tentación que debe
vigilarse permanentemente en uno mismo cuando se cuida pacientes.
Bajo
esta premisa, no es difícil identificar nuestras propias (a)normalidades a
partir de la lectura. Personalmente, varios fantasmas comportamentales propios
se me fueron apareciendo y desapareciendo; en este caso, opté como terapia elíptica
leer y escribir estas líneas en paralelo (siguiendo la lógica de la metodología,
se trata de producir discursos “liberadores”).
Los
esfuerzos de los psiquiatras y cuidantes (liderados, aparentemente, por Klein)
a veces tienen éxito (con Kathryn, por ejemplo) y otras no (Elvis, quien por su
comportamiento agresivo fue casi literalmente raptado por el Estado francés e
internado con predelincuentes adolescentes... en todas partes de cuecen
funcionarios imbéciles, LQQD). Por otro lado, el semiótico (en este caso más
bien semiólogo) Ivan Darrault-Harris realiza análisis del discurso de sesiones
significativas por cada caso, así como análisis de los discursos de los
participantes, de lo que dicen y hacen y callan u otorgan. Y como le de igual
ocho que ochenta, lo analiza todo y a todos, desplegando las herramientas de la
semiótica (cuadro semiótico, recorrido generativo y otras que ya escapan de mi
limitado conocimiento de la materia) a su gusto y según la necesidad de lo
abordado. Nunca he visto a nadie hacer un análisis (del discurso) con tanta
libertad teórica. Al final, en esa maraña de actores actantes y enunciantes
enunciadores, desembragados o no, surgen aparentemente las claves del éxito
próximo o pasado de las terapias: precisamente, se trata de no emprender una
terapia psiquiátrica tradicional de
relación vertical: esto es psicoanálisis circular, o más bien elíptico, en el
cual el paciente tiene tanto poder de decisión, bajo ciertas reglas claro está,
como los médicos y cuidadores. Y se retroalimentan mutuamente en ambientes
llenos de libertad creativa y analítica, además, porque “(u)na semiótica de la
terapia debería ser también una semiótica de la construcción del marco
terapéutico, del ‘laboratorio natural’” (p. 84).
A estas
alturas, veo que estoy obviando algo fundamental: los cuidandos son niños y
niñas, adolescentes y jóvenes psicóticos, psicópaticos, bulímicos, anoréxicos y
demás calificativos diagnósticos. La psiquiatría de la elipse experimenta, en
el buen sentido de la palabra, a favor de niñas y niños que presentan problemas
de adaptabilidad al medio, para poder re(tomar)(significar) sus propias vidas.
Para el “psiquiatra elíptico”, por decirlo de alguna manera, ellos no son
enfermos, a veces ni siquiera son pacientes; son solo cuidandos, (no tan) en el
fondo, niños, niñas, adolescentes, jóvenes.
Cuando llega
al capítulo consagrado a Beatriz, no queda más que reconocer que no solo se
trata de un libro interesante en lo teórico; también es bonito, deleitante y,
por sobre todo, edificante en todos los sentidos de la palabra. La historia de
Beatriz, las historias en torno a ella, las historias que relata, las que
inventa y la historia de su terapia, todas ellas pueden ser en sí mismas un
libro aparte. Un capítulo posterior nos explicará algo que no resulta evidente
para la mayoría de personas (me incluyo): el objetivo del análisis del discurso
y de la terapia (ya, por último, el objetivo de la vida) no debe ser explicar y
concatenar patologías. Se trata de trazarse una meta, el estar y sentirse sano,
transferir el estado de bienestar, hacer que el sujeto “se conjunte” con dicho
estado; es decir, llenarse de sentido uno y llenar la vida de sentido. Solo así
tiene sentido analizar un discurso: cuando ese análisis es el del discurso del
proceso y/o del estado en que la persona es sujeto de sentido, actante de sus
propios querer hacer y hacer hacer. Cualquier cosa que produzcamos y luego
analicemos (o no), desde un mito hasta una jugada de rugby, una fotografía o
una sonata para piano y violín, se trata de eso mismo: dar sentido, significar,
expresarse, comunicar. ¡Vivir! Y la única forma de que el enajenado (el
no-sujeto de su propio discurso) encuentre y entre en contacto con la realidad
es impulsar la organización de su interpretación de la realidad en un discurso
estructurado con actantes, destinador, enunciante y enunciador. Parafraseando
la idea de “familia fría” de Lévi-Strauss, podríamos hablar de la apropiación
de un discurso frío (¿acaso algo similar a los mitos?, podríamos preguntarnos,
en una graciosa elipsis metafórica que nos devuelve a Lévi-Strauss), del cual
el enajenado se encuentra disjunto; la meta de la terapia es la conjunción
mediante la estructuración de los fragmentos que, en su naturaleza
fragmentaria, lo enajenan. ¿Se entendió?
Para
ponerlo en términos de los autores, la lectura de este libro funge como
elemento liberador en tanto el lector se descubra constantemente como sujeto
susceptible de haber vivido, en mayor o menor grado, lo mismo que vivieron los
protagonistas de los casos presentados. “La psicoterapia conjuga el hecho de
reencontrarse a sí mismo, de manera más o menos disfrazada, con reencontrarse
con el otro (interlocutor), con reencontrar al Otro en sí, con reencontrar al
hombre en sí” (p. 292). Igual que la lectura, la asistencia a una obra teatral,
la contemplación de una obra de arte o la escucha de una pieza musical; en
tanto uno se deje interpelar/atravesar por todo eso, podrá tener cierto grado
de conciencia de lo que sucede en sí mismo, en su interior, y de cómo
exterioriza ciertas cosas. Y, más aún, una psicoterapia elíptica es,
precisamente, la que garantiza ese encuentro al colocar a la persona que la
recibe en otro plano, esta vez en el de sujeto de sus propias creación y
producción artística. El procedimiento, que es complejo, se explica mejor entre
las páginas 306 y 307.
Todo
esto, pese a lo que parece, es a Coelho lo que la novena de Beethoven a un
pedo. El recorrido realizado es bastante difícil y muy poco recomendable sin
asistencia profesional, dígase de paso. Y además aquí se da cuenta de problemas
reales y serios, no de first world
problems ni de habitantes de Nueva York, así que si no sabes quién se robó
tu queso, este libro no es para ti (igual, no lo vas a entender un carajo).
Aquí la complacencia hacia uno mismo y hacia los demás, la patologización y la
pasadita de mano por la cabeza están fuera de lugar.
Esto es
psicosemiótica porque es la semiótica la que dará orden a lo expuesto, a lo
oculto y a lo profundo. Obviamente, es una apuesta arriesgada porque siempre
será una “interpretación de”, pero mientras el terapeuta y el semiólogo sean
conscientes de ello, todo marchará viento en popa. Los autores han mostrado
solo la punta del iceberg y prometen profundizar esta relación en un próximo
libro.
Beatriz,
Kathryn, Yann y Elvis son algunos de los personajes con quienes, a pesar de
estar inscritos en semejante ladrillo teórico, uno termina empatizando como si
fueran la mamá de Colmillo Blanco (si han leído la novela de London, saben a
qué me refiero) en esa búsqueda del sentido de la vida propia y en ese
encuentro con la otredad y su respectiva (re)significación. La historia de cada
uno de ellos es un mito, en toda la extensión antropológica de la palabra, y
ese mito es el que debe construirse, (re)significarse y analizarse.
Por
cierto, y esto es algo que los mismos autores advierten, todo esto se trata de
una especulación científico metodológica. Que haya servido para traer a los
pacientes infantojuveniles hacia este lado de la realidad (asumiendo que “este
lado”, el nuestro, es el correcto), no es algo reñido con el tremendo grado de
cuestionamiento ante el cual está consciente y deliberadamente abierta dicha
especulación.
Y a
estas alturas, debería quedar clara cuál es la clave de la psiquiatría de la
elipse. Pero por si aún no lo está, es mejor llegar a la página 311 luego de
todo el recorrido por el texto (recomendación: no la lean antes de tiempo,
¡evíten el espoiler!).
¿Errores
de estilo en esta edición? Bueno… salvo que “coteraputa” (p. 121) exista en la
jerga psiquiátrica, podríamos hablar de un acto fallido freudiano del ínclito
traductor, y ya si nos ponemos psicoanalíticos… mejor lo dejamos ahí nomás ;-P
Por lo demás,
creo que nadie tendría autoridad moral ni laboral para objetarle el estilo o la
ortografía a Desiderio Blanco. Yo, con muchísimo menos razón. Y del libro, solo
habría que objetar ese capítulo VI tan innecesariamente largo y retórico (pese
a que es el más breve, se prolonga en divagaciones); todas las dilaciones del
libro están perfectas, pero en ese capítulo como que pierden el encanto. Menos
mal que inmediatamente después viene el bello posfacio de Ricœur para
devolvernos algo de la poesía de forma y fondo que caracteriza al resto del
texto.
Sería
bueno que, más allá de los y las psiquiatras y semiólogos y de uno que otro
curioso, libros como este (aunque tal vez con explicaciones teóricas más
amigables) sean objeto de lectura de la gran mayoría. Hay entretenimiento,
reflexión y hasta moralejas. Tal vez la “Psiquiatría de la elipse” es un best
seller en un universo paralelo... en el cual sería ficción, por supuesto, por
ser innecesaria la terapia en ese universo feliz :-)
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Aclaración: este blog no recibe un mango por publicar información sobre eventos. Si desea enviar información, contacte al blogger aquí.
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