jueves, 23 de junio de 2016

1509 Operación Victoria, documental sobre la captura de Abimael Guzmán


Advertencia: Esta nota, de mi autoría, fue publicada en la fenecida Revista Siete hace como cinco años, es por eso que no consigna lo ocurrido desde aquella fecha con las personas abajo mencionadas, especialmente con Benedicto Jiménez.
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Judith Vélez dirige“1509 Operación Victoria”, documental que recrea los principales momentos que llevaron a la captura de Abimael Guzmán, recogiendo material inédito de archivo y recurriendo al relato por parte de los protagonistas de la historia.

Judith Vélez en 2012.
“Tranquilo, muchacho, tranquilo; ya sé que me tocó perder”. Con estas palabras, Abimael Guzmán Reynoso trataba, quizás, de negociar con el joven policía que se atrevió a mirarle a los ojos, apuntarle con una pistola y gritarle: “¡quédate quieto, carajo!”. Pero la suerte estaba echada y no había negociaciones posibles. Luego de largos años de búsquedas y seguimientos, avances y retrocesos, penurias y adversidades, el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) logró reducir al hasta entonces conocido por el alias de “Presidente Gonzalo” para presentarlo a todo el Perú como el preso 1509, marcando un antes y un después en la lucha contra el terrorismo en el Perú.

Este suceso también marcó la vida de los peruanos. Hacia 1992 no había una sola ciudad del país que no fuera blanco de un ataque terrorista, si es que no estaban tácitamente sitiadas por Sendero Luminoso, el grupo sedicioso que se hacía cada vez más fuerte en un país marcado por el caos económico, la desigualdad y la exclusión social.

Fue con este hito que nuestra sociedad pudo, finalmente, respirar tranquila. “Han pasado 20 años y Lima es una ciudad más alegre”, comenta Judith Vélez, directora de “1509 Operación Victoria”, el documental que narra la historia detrás de la captura de Guzmán Reynoso, recurriendo a los testimonios de los miembros del GEIN (incluyendo a Benedicto Jiménez y Marco Miyashiro), a materiales y documentos cedidos por este mismo grupo y a la filmación de escenas cuidadosamente recreadas, todo dentro de la narrativa propia de un thriller policial.

Para ver el documental completo, hacer click aquí.

El ejercicio de la memoria

“Lima y el Perú en general tienen un nuevo aire, una nueva cara y una mejor autoestima, pero no podemos darnos el lujo de olvidar lo que pasó”, agrega Vélez. “Eso se lo debemos a las comunidades andinas que vivieron el horror del terrorismo; es por ellos que debemos recuperar la memoria, recordar nuestras experiencias y sacar conclusiones para trabajar a favor de la inclusión social. Estas, creo yo, que son nuestras tareas pendientes”.

Judith Vélez es cineasta y fundadora de Nómade Films. Ha dirigido “La prueba” (2006), cinta premiada en los festivales de Verona y Santa Cruz, y también ha organizado la muestra de documentales “Cine de lo Real”.

Ella llegó a “1509 Operación Victoria” por encargo de Bliss Producciones, sobre la base de un artículo escrito por Gustavo Gorriti que contaba la verdadera historia del trabajo de inteligencia detrás de la captura de Abimael Guzmán. “A partir de este texto, entrevistamos a la mayor cantidad de personas involucradas, la mayoría de ellos oficiales que incluso hoy en día se encuentran en actividad”.

“El proyecto se fue gestando con el tiempo, mientras íbamos haciendo las entrevistas. Las propuestas estética y narrativa se fueron armando en la medida que el GEIN nos entregaba material audiovisual. Tuvimos que ver muchas horas de grabaciones y leer muchísimo material sobre este tema; lo que finalmente pusimos en el documental apenas es la punta del iceberg de lo que sucedió”.

También vemos imágenes grabadas por los miembros de Sendero Luminoso; en especial, el famoso video en que la cúpula senderista parece celebrar al ritmo de “Zorba, el griego”, el tema de Mikis Theodorakis que también sirve como banda sonora en varias partes del documental.

El hilo conductor de la trama son las historias (personales y colectivas) en torno al trabajo de investigación realizado para dar con las cuatro últimas casas donde vivió Abimael Guzmán; como dice Judith Vélez, “historias que involucran a un reducido grupo de policías que trabajaron en medio de adversidades y limitaciones, que expusieron su vida para pacificar el paces, país y que aún no han recibido ni el agradecimiento ni el reconocimiento que merecen”.

El GEIN en pleno, con Miyashiro y Jiménez.

El factor humano

Pero también –hay que decirlo-hubo historias humanas en el otro lado. “Revisando el material de archivo con el registro de las actividades senderistas nos encontramos con personas reales, con seres humanos y no con una organización arquetípica de estilo hollywoodense; eran migrantes del ande, estudiantes universitarios, hombres y mujeres de todos los estratos sociales”, refiere la directora. “Los senderistas estaban muy bien preparados y organizados y eso tenía que estar plasmado en la puesta en escena de la película”.

Judith Vélez define a Sendero Luminoso como un grupo que llegó “al alma de sus seguidores para robárselas y convertirlos en sus instrumentos”.

Ella, al igual que muchísimos peruanos, sabía muy poco de aquella organización subversiva. “Muy pocos sabíamos qué cosa eran. En lo personal, yo solo tenía una serie de recuerdos  confusos de la década de 1980 pero pocas certezas. Es recién con la investigación que hice para este documental que me quedan algunas cosas un poco más claras: Sendero Luminoso nació con la única intención de desatar el caos a través de ataques a la población, una de las experiencias más terroríficas por las que puede atravesar una sociedad.”

“Yo me fui del Perú por un tiempo, como muchos otros”, agrega. “El sentimiento generalizado era de un profundo pesimismo, la sensación de no tener futuro y el desconocimiento de qué estaba sucediendo y por qué. Quienes vivíamos en Lima solo tomamos conciencia de la verdadera dimensión del horror de la guerra gracias al trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y las investigaciones de quienes se animan a buscar en las historias”.

Para que no se repita

“1509 Operación Victoria”  es el aporte personal de Judith Vélez a la construcción de la memoria nacional. “Pero yo no soy senderóloga ni periodista; soy cineasta. Corresponde a todos nosotros trabajar para mantener viva la memoria del país, pero en especial a los investigadores y periodistas, con el apoyo de las empresas y del Estado”, señala. “Debemos mostrar el horror de aquellos años, aunque no nos guste, para que no se repita la historia, para que las nuevas generaciones sepan qué pasó en su país y para cambiar cuanto antes las condiciones que permitieron a Sendero Luminoso llegar tan lejos”.

El documental deja en el tintero muchas historias a la espera de quien se anime a contarlas, muchas preguntas a la espera de respuestas y no solo por lo que sucedió en aquella época; también nos genera algunas dudas sobre lo que está sucediendo en la actualidad. “Tal vez en el 2012”, finaliza Judith, “cuando se cumplan 20 años de la captura de Abimael Guzmán, debamos regresar a las zonas de emergencia de aquellos años y ver, en la actualidad, qué cambió en los pueblos donde prosperó la propuesta de Sendero”.



Literatura indie...genista: comentando las Aves sin nido

Aves sin nido (1889)
Clorinda Matto de Turner
(1852-1909)

Disponible en la Biblioteca Ayacucho.
Aquí hay una versión con menos MB, como para iPad.

Versión de la Biblioteca Ayacucho.
Romántica hasta el tuétano, Matto de Turner escribió y publicó esta, su primera novela, en 1889. Ella ya tenía cierto renombre en los círculos literarios y se aventuró con este libro que le valió la excomunión y el exilio, por meterse con los intocables de siempre: la iglesia, los políticos y los poderosos. Y conste que ella no supo de los abusos sexuales a los que son sometidos cientos de miles de niños alrededor del mundo en garras de sacerdotes pedófilos, y que tampoco conoció las cimas de la corrupción aprista y fujimorista... Para darle una medida justa, habría que contextualizar la obra en el lugar y el tiempo adecuados.


Perú era lo que sigue siendo, una república oligárquica donde la población indígena, serrana y de la selva, son la última rueda del coche, y donde la inequidad campea de la mano de la corrupción y del opio producido por el catolicismo. La de Matto de Turner fue una de las primeras voces que se levantaron contra esta realidad, por lo menos en la literatura nacional. Doble punto bonus por tratarse de una mujer, y otro doble punto bonus porque, pese a pertenecer a cierta clase socioeconómica, no se apelmazó (tan) cómodamente en ella. Con esta explicación, sabremos perdonarle las mil y una ingenuidades en que incurre tanto su prosa como el enfoque de su mirada.

Paternalista al extremo, simplista a quemarropa, involuntariamente racista y conservadora a su (peligrosa) manera, el abordaje del "problema del indio" por parte de la autora, en el marco del argumento que propone, nos explica por qué el Perú es un cadáver que sigue muriendo: se trata de una cuestión de (in)sensibilidades y verticalidades cojudas, con perdón del griego clásico. El principal aporte, a pesar de todo lo antes señalado, es la calateada que le da a la doble moral de los funcionarios del gobierno, así como a la corrupción política aliada a la iglesia. Desliza en las primeras páginas los mecanismos de explotación económica a los que son sometidos los indios, con tal lujo de detalles que esos párrafos dedicados a la recolección y reparto de lana de alpaca deberían más bien componer una sétima estrofa de nuestro himno.

Portada de Ed. Stockcero, 2004.
La historia va de drama en drama sin perder de vista la moraleja social, lo que a un lector del siglo XXI podría parecerle insoportable (a uno que no consuma literatura chatarra, claro está): de la desgracia de los Yupanqui a la inmaculada buena voluntad de los Marín, que supone en Lucía un alter ego de la autora, o más bien del ideal de autora que propone (si nos ponemos foucaultnianos); de los desagradables modales y costumbres de personajes como Sebastián Pancorvo, Esteban o el padre Pascual Vargas a la pulcritud moral, ética y estética de, nuevamente, los Marín. Todo esto sobrevuela la ingenuidad y bondad que albergan en su corazón los indios, caricaturizados a medio camino entre el buen salvaje de la antropología decimonónica y el Colmillo Blanco de Jack London: domesticables y por ende rescatables mediante la educación (occidental, claro está) y el "amor" (?). En el camino quedan la podredumbre moral de los políticos, la cual organiza el primer punto de quiebre del relato, y la podredumbre eclesiástica, que sostiene toda la historia y le da razón de ser.

Resumen (con espoileada) del argumento: Margarita Yupanqui y su hermana quedan huérfanas por culpa de una componenda entre el párroco del pueblo y el gobernador Pancorvo, al defender sus padres con su propia vida a los Marín, sus protectores y, desde entonces, padres adoptivos de aquellas. Para dejar esta historia atrás y pensando en el bienestar de las niñas Yupanqui, deciden ir a Lima, prototipo de ciudad perfecta, e incluyen en el viaje a Manuel, hijo de Sebastián Pancorvo, quien brindó ayuda desinteresada a los Marín y, además, ama a Margarita Yupanqui y pretende casarse con ella en la capital. Los planes de la pareja, además de verse dificultados por ser el novio hijo del asesino de los padres de la pretendida, encontrarán un obstáculo insalvable en las deleznables acciones que perpetrara años atrás Pedro Miranda y Claros, obispo de Kíllac (ciudad ficticia de la sierra peruana dónde transcurren los hechos, y que supuestamente es Tinta, Cusco), contra las familias Pancorvo y Yupanqui, específicamente contra sus mujeres.

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SPOILER CON COMENTARIO MORALMENTE CONTROVERSIAL =>
Los novios son, en realidad, hermanos de padre y la novela aquí termina sin más detalle porque, obviamente, en el siglo XIX pesaban mucho más los mitos en torno a la sangre y el incesto, que están un poco más relajados actualmente y, quién sabe, algún día podamos pasar de ellos. 
<=SPOILER END.
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Sería injusto y cruel, además de poco inteligente, juzgar "Aves sin nido" desde la distancia de casi 150 años que nos separa de la novela, con todo lo que se ha escrito desde entonces y con lo que hemos "avanzado" en la lucha contra el racismo y la discriminación. La novela se deja leer y aporta lo suficiente como para dejar de lado lo criticable. No es una gran novela y seguro tampoco lo fue en su época, aunque se nos diga que es fundadora del indigenismo literario, algo que parece cuestionable (salvo que revisitemos oooooootra vez qué fue el indigenismo, lo que ya se ha hecho repetidas veces desde la academia sin llegar a conclusiones de peso).

Peca de ingenua Matto de Turner en fondo y forma (algunos diálogos funcionarían mejor como libreto de ópera) pero no es insoportable y, más bien, produce un texto ágil y agradable; tal vez demasiado ligerito por momentos. No tienes la obligación de bancártela si no eres peruano. Y, finalmente, la intención de la autora de estereotipar costumbres buenas y reprobables, y de denunciar la explotación de los indios, el abuso de los poderosos y la incapacidad de los religiosos, está tan servida como vigente.

Clorinda Matto de Turner. Fuente: Wikipedia.

Nuevamente, disponible en la Biblioteca Ayacucho.
Y otra vez, versión con menos MB, como para iPad.

Pluma Pluma Piel (a propósito de ensayos socialistas)

La piel y la pluma. Escritos sobre literatura, etnicidad y racismo
Nelson Manrique
Sur / CIDIAG
Lima, 1999.

El libro es una recopilación de ensayos y un prólogo que abordan la problemática del racismo y la discriminación desde la creación literaria. De hecho, da luces sobre su naturaleza sociocultural y sobre las bases socioeconómicas que la mantienen vigente. La aproximación a "Aves sin nido", así
como de la obra de Mariátegui y Arguedas es bastante completa; los ensayos finales ya van perdiendo un poco de aliento formal. Tal vez moleste un poco su intolerancia absoluta contra todo lo liberal y de derecha y el aire condescendiente para con la izquierda y el socialismo, por ejemplo cuando condena a Alejandro Deustua por racista pero no hace lo mismo con el racismo de Mariátegui; con este último esgrime una serie de justificaciones históricas y contextuales que también podrían servir para explicar la forma de pensar de Deustua (a quien, además, menciona varias veces).

Cierto es que, al menos, pasión no le falta y eso se evidencia cuando analiza la obra de Miguel Gutiérrez en el ensayo que habla sobre la guerra interna (vamos, el terrorismo, pues) y las producciones literarias de los militantes, ideólogos y simpatizantes de Sendero Luminoso. Me pregunto por qué se es tan drástico con unos, los simpatizantes con el liberalismo y el capitalismo, y con otros, los senderistas, se propone "romper con esa visión que (los) esencializa", para dejar de verlos "como un conjunto social inmutable, 'el enemigo', situado al otro lado de la barda, al que sólo cabe aniquilar" (página 101). Aunque, cabe advertir, no es que Manrique sea un izquierdaliever: las críticas analíticas van de extremo a extremo y abarcan todo el espectro político.

Dígase de paso que el nombre completo de SUR y de CIDIAG es: Casa de Estudios del Socialismo SUR y Centro de Informe y Desarrollo Integral de Autogestión.

Es un buen libro para entrar a abordar el discurso racista no solo en la literatura sino en la sociedad en general (para esto último, es fundamental leer la introducción y el último ensayo). Personalmente creo que aporta muchísimo, pero se siente la ausencia de menciones de aquellos intelectuales peruanos que han aportado mucho en estos temas (se me ocurre, por mencionar solo uno, Aníbal Quijano). El estilo es correcto, la prosa fluye sin problemas y la edición, salvo la presentación (que es malísima y encima está mal escrita) es buena. Por lo demás, a veces a Manrique le da por autoplagiarse y pone párrafos completos de un ensayo en otro (sin mencionar la referencia a sí mismo); de esto hay como tres ejemplos en este libro, pero el autor es libre de hacer lo que quiera (aunque no resulte muy académico el producto).

A leerlo, que en la balanza es mucho más lo que aporta que lo que se le puede objetar. Otrosí, interesante título... con la pluma se escribe lo que está a flor de piel y, además, es la pluma lo que cubre la piel de las aves (aunque, probado está, que también la piel de los dinosaurios tuvo plumas...).

Aquí, un link a una posible descarga del texto.

jueves, 16 de junio de 2016

El nuevo megalómano (releyendo a Ayn Rand)

Rand, Ayn. "El nuevo intelectual"
Grito Sagrado Editorial.
Buenos Aires, 2009.


Portada del e-book. Alineada hacia
la izquierda con toda la intención :)
Por partes puede resultar entretenido, pero en general es medio bodrio. Filosóficamente es un panfleto, como lo son todos los manifiestos; a nivel literario es malísimo, el estilo es insoportable. Ni los filósofos franceses reiteran tanto una misma idea a lo larga de varias páginas.

Sin dejar de tener cosas interesantes, toda su propuesta filosófica es endeble porque Rand no ha sido capaz de (o no ha querido o simplemente le llegó por todo lo alto) comprender los procesos históricos y los pensamientos que los sustentan. Cierto que lo suyo se presenta como de una admiración irracional al capitalismo (fruto de haber pasado tremendas penurias en la URSS donde nació) y de un rechazo absoluto por el régimen estatal de su patria natal. Sin embargo, en su oda al capitalismo se percibe una fuerte crítica hacia el mismo, soterrada. En algún momento dice que el capitalismo en que vivimos no es el capitalismo ideal, tal y como los izquierdistas señalan que el socialismo soviético no fue el socialismo de manual, y que por eso el socialismo no ha fracasado ni volverá a hacerlo (porque nunca fue implementado). Así pretende defender Rand su capitalismo ideal, acusando de ineptos a quienes detentan el poder político y administrativo, y de irresponsables a los pensadores que, en su momento, debieron construir la base filosófica del capitalismo.

Además, ese odio visceral por todo lo soviético le hace contradecirse de una página a la otra, reiterarse y repetirse hasta parecer cura sermoneando a sus fieles un domingo por la tarde, orador de autoayuda o camarada en plena inducción a nuevos terroristas. Fácilmente, aunque a la autora le daría un patatús, este libro entraría encantado de la vida en el mismo estante junto con los de Connie Méndez y Paulo Coelho; al parecer, su obra literatura comparte dudosos méritos con los de Dan Brown y, otra vez, Coelho.

Este libro contiene fragmentos de cuatro "novelas", un ensayo y una presentación de la propia autora, con ribetes rimbombantes y megalómanos, acordes con la filosofía del "quiérete a ti mismo" y del "alcancemos la felicidad". Acordes también con el egoísmo y el objetivismo (?) que pretende plantear, aunque no tan claramente...

Lo leí por llenar un vacío cultural, y debo admitir que sí me ha dado luces respecto de todo lo que está del centro hacia la derecha. Rescato su idea de romper con el binarismo medieval que impera en nuestro pensamiento (cuerpo-alma, mente-corazón, bueno-malo) y que nos ha llevado a separar lo económico/pragmático de lo intelectual/artístico. De hecho, dice que esto último ha causado que los artistas sean unos inútiles que se juran bohemios, y que los empresarios sean unos hooligans autoritarios. En el medio, solo hay acollerados mediocres. El hombre libre (no habla de mujeres libres, por cierto) es aquel que se libera de las ataduras que regulan todo, desde el mercado hasta los deseos humanos, y del altruísmo (que no es sino una forma de subyugación caleta).

Ayn Rand no predicaba con el ejemplo; una miradita a su biografía (y en especial, a la forma en que subsistió al final de su vida) no nos habla precisamente de una exitosa empresaria que viviese de escribir, pero 1) es justamente lo que ella denuncia, la imposibilidad de hacerlo, y 2) digamos que, por citar un ejemplo al azar, la vida de Karl Marx tampoco fue un tronco de coherencia...

También habla de la estupidización del individuo y de las masas por el sistema... comunista. Tal vez obvió deliberadamente que de uno y otro extremo, para la administración de los pueblos, lo ideal es mantener la ignorancia en su punto de ebullición merced al manejo de la información por parte de unos cuantos. También acusa a las ciencias sociales de no estar en capacidad de autodenominarse ciencias, y creo que huelga señalar los porqués.

A mí me hizo plantearme algunas cuestiones, tipo: ¿son realmente opuestos el capitalismo y el comunismo, la izquierda y la derecha? ¿Es realmente liberal el capitalismo (y por qué el discurso más liberal hoy en día lo llevan los partidos de izquierda)? ¿Sabrán los autodenominados liberales que, según Randt (a quien tal vez hayan leído) nunca llegarán a serlo si no se dedican por completo a producir dinero y cultivarse por igual? (Ver la página 77 de está edición) ¿Es necesariamente bueno el altruísmo? ¿Es necesariamente malo el egoísmo (en su acepción filosófica)?

Digamos que lo medular de este libro se resume en:

1) Hay un desfase profundo entre conocimiento y realidad objetiva. El pensamiento filosófico no cumple con su deber de acercarnos a la verdad.

2) Existe una especie de plusvalía intelectual que es la base de toda la inequidad que vivimos en este mundo: los creadores (de ciencia, de fortuna y de dinero), por muy millonarios que sean, no obtienen lo que merecen pues la sociedad los presiona a dárselo a quienes tienen necesidades (y no hacen nada por ayudarse ellos mismos, como los pobres y los salvajes de los pueblos africanos, asiáticos y sudamericanos). ¡Y lo peor de todo es que hay gente que exige que los capaces mantengan a los incapaces, y les dice que si no lo hacen son personas malísimas...!

3) La imposición del miedo a lo sobrenatural inexistente proviene y a su vez produce un miedo al cambio, al riesgo, a lo desconocido... (supongo que se amplía el concepto en libros como "Tus zonas erróneas").

4) Todos hemos sido educados para dudar de nuestra capacidad de percibir y entender la realidad. Par creer que A es no-A. Ergo, esto nos lleva (y la verdad ya no me acuerdo cómo lo colige, pero lo afirma categóricamente en alguna página) a pensar que acumular riqueza es malo, y que despilfarrarla en "obras sociales" es bueno.

Y en todo esto, yo en realidad veo:

1) La misma crítica que el postmodernismo hace de las ciencias en general.

2) Lo segundo no estoy muy seguro con qué linkearlo, salvo con algún fundamento nazi o nacionalista de esos nuevos grupos que pululan por todo el mundo actualmente.

3) Un enfrentamiento con la enajenación, con lo cual comparte puntos de vista con Marx, Freud y varios más a quienes Randt critica (otro patatús le daría a Mrs. Rand).

4) Crítica al enfoque de derechos humanos y al uso que se le da desde las ONG (hay un libro medio izquierdoso que habla de la utilización de la pobreza por parte de los Estados, empresas y organizaciones internacionales).

Pero todo esto estaría mejor expuesto en menos páginas, con menos odio y menos autobombo.

Si una persona con pocas lecturas previas de ladrillos filosóficos llega a este libro, y en general a Rand, y siempre y cuando su entorno familiar/amical no se incline hacia la izquierda, "El nuevo intelectual" le deslumbrará y dará excusas para inclinarse por la discriminación, el racismo... el facismo. Y potencialmente podría convertirse en Phillip Butler, Martha Chávez o un Cipriani wanna be, pero con pátina ideológica. Por otro lado, una persona que solo haya leído ladrillos filosóficos de izquierda no pasará de las primeras páginas, tal vez porque el estilo de Rand le recuerde al de aquellos que admira/idolatra. Y, valgan verdades, algunas de las cosas que Rand plantea como críticas al socialismo y al comunismo son bastante acertadas, en especial cuando aborda la deshumanización intencionada y planificada del individuo (que en el capitalismo ni es intencionada ni planificada, es más bien a la mí qué chú pero muuy efectiva, eso sí).

Ah, por cierto: ni rastro del liberalismo, egoísmo y objetivismo que genial y mensuradamente celebra Neil Peart en las letras de Rush...



miércoles, 1 de junio de 2016

Psicosemiótica

Darrault-Harris, Ivan y Jean Pierre Klein
Psiquiatría de la elipse. Aventuras del sujeto en creación
Lima. Universidad de Lima. 2016


Siglo XXI, gente. Mezclar psiquiatría, semiótica, antropología y psicoanálisis en un mismo proyecto ya no es un arroz con mango. O más bien, será que ya aprendimos a ver el arroz con mango como plato gourmet. Porque si la semiótica analiza discursos, y si todo es discurso todo (desde las voces internas de un esquizofrénico hasta la Fiesta de la Candelaria, pasando por un partido de rugby o una web porno –que ya sabemos qué está viendo usted en la otra ventana del navegador-), ¿por qué el análisis de todos y cada uno de estos no puede resultar una herramienta efectiva para llegar a soluciones de diversos tipos y grados? Visto así, tal vez el paso de la locura a la normalidad no sea otra cosa que un cambio de posición del discursante, de enunciatario a enunciador, dentro de la estructura discursiva; o tal vez estemos todos enajenados de relatos y un análisis bien hecho nos da las herramientas para librarnos, justamente, de esta telaraña cultural que tanto nos psicopatologiza.
  
Pues bien, a propósito de todo esto, he aquí otro interesante esfuerzo editorial de la Universidad de Lima. No hay que ser psiquiatra ni semiólogo/semiótico para que un libro con un nombre tan poético (“Psiquiatría de la elipse”, ni a Carpentier en ácidos se le hubiese ocurrido) y traducido nada menos que por Desiderio Blanco se nos haga irresistible.

El libro que nos convoca, de Ivan Darrault-Harris y Jean Pierre Klein, está escrito en clave poema de Eielson, estilo “he aquí el amor pero mejor hablemos de esta puerta”. Antes, durante y después de abordar un tema o cualquier idea, los autores se despachan como quieren con otros temas e ideas que tienen que ver, que son necesarios y que enriquecen la lectura y al lector. Y cuando abordan estos, surgen a su vez otros y otros y otros hasta que se forma el salpafuera del mandala temático. Sumémosle a esto los pies de página y las notas del traductor, todo reproduciéndose como por esporas, y agreguemos la necesidad del lector de hacer pausas para buscar en el diccionario (o en Wikipedia) desde términos extraños hasta condiciones psiquiátricas y enfermedades biológicas, pasando por literatos, directores de teatro y pintores franceses recontracaletas. ¡Hay que ser un Federer de la concentración para no terminar yendo y viniendo por todo el libro sin poder terminar de leer siquiera un capítulo!

A mí, que ni semiólogo ni mucho menos psiquiatra, me sirvió mucho leer un par de veces el índice e ir a las páginas cuyos (sub)(entre)títulos me llamaron la atención. Así que me animo a hacer algunas recomendaciones para lectores inadvertidos: antes de leer nada, si no tienen idea de qué va el libro y el título les suena a canción de Kirsten Bråten Berg, pueden empezar atacando la página 88 porque ahí está todo, o por lo menos el 88% de todo, empezando por la necesaria explicación sobre qué es la psiquiatría de la elipse (en otras partes también lo hacen, pero allí está más amigable).

Página 88 de la "Psiquiatría de la elipse" (Universidad de Lima, 2016)

De ahí, se puede echar un ojo a las páginas 74-80 inclusive, donde es explicado el recorrido generativo y cómo este es adaptado a los casos por presentarse. De ahí, sería bueno otra inmersión en el tema del libro: “la psiquiatría de la elipse es una metodología” (pp. 297-304) y continuar con el capítulo tercero, una especie de manifiesto psiquiatroelíptico infantojuvenil, que dice entre otras cosas fundamentales que “el proyecto consiste en desencadenar un proceso más que en explicar la patología del sujeto” (p. 141). Puede resultar útil entonces ir a las páginas 225-226 para revisar algo de la gramática del discurso de J.-C. Coquet, que contiene una parte medular de la postura del libro en cuanto análisis. Una última ojeada, esta vez al protocolo psicoterapéutico de esta interesante metodología (pp. 299-304), tampoco está de más. De ahí, fique à vontade con los subtítulos que le llenen el ojo. Luego de eso, podéis ir en paz por todo el texto, de principio a fin, que os delectará por completo.

Los casos, cuando por fin aparecen, se dejan leer solos. Están muy bien narrados, todos tienen principio, nudo y desenlace (no todos tienen final feliz, cabe agregar). Lo interesante, para un lector promedio, es que algunos aspectos de la casuística están mostrados como cosas normales en la vida de los pacientes, en tanto humanos y no enfermos (cuidandos, que les llaman); la psiquiatría de la elipsis evita patologizarlo todo y sacar conclusiones a priori, entre otros motivos para evitar la superposición del consciente del cuidador y, por ende, evitar una relación de poder a su favor; algo que se repite como mantra casi página tras página es que el ejercicio del poder es una tentación que debe vigilarse permanentemente en uno mismo cuando se cuida pacientes.

Bajo esta premisa, no es difícil identificar nuestras propias (a)normalidades a partir de la lectura. Personalmente, varios fantasmas comportamentales propios se me fueron apareciendo y desapareciendo; en este caso, opté como terapia elíptica leer y escribir estas líneas en paralelo (siguiendo la lógica de la metodología, se trata de producir discursos “liberadores”).

Los esfuerzos de los psiquiatras y cuidantes (liderados, aparentemente, por Klein) a veces tienen éxito (con Kathryn, por ejemplo) y otras no (Elvis, quien por su comportamiento agresivo fue casi literalmente raptado por el Estado francés e internado con predelincuentes adolescentes... en todas partes de cuecen funcionarios imbéciles, LQQD). Por otro lado, el semiótico (en este caso más bien semiólogo) Ivan Darrault-Harris realiza análisis del discurso de sesiones significativas por cada caso, así como análisis de los discursos de los participantes, de lo que dicen y hacen y callan u otorgan. Y como le de igual ocho que ochenta, lo analiza todo y a todos, desplegando las herramientas de la semiótica (cuadro semiótico, recorrido generativo y otras que ya escapan de mi limitado conocimiento de la materia) a su gusto y según la necesidad de lo abordado. Nunca he visto a nadie hacer un análisis (del discurso) con tanta libertad teórica. Al final, en esa maraña de actores actantes y enunciantes enunciadores, desembragados o no, surgen aparentemente las claves del éxito próximo o pasado de las terapias: precisamente, se trata de no emprender una terapia  psiquiátrica tradicional de relación vertical: esto es psicoanálisis circular, o más bien elíptico, en el cual el paciente tiene tanto poder de decisión, bajo ciertas reglas claro está, como los médicos y cuidadores. Y se retroalimentan mutuamente en ambientes llenos de libertad creativa y analítica, además, porque “(u)na semiótica de la terapia debería ser también una semiótica de la construcción del marco terapéutico, del ‘laboratorio natural’” (p. 84).

A estas alturas, veo que estoy obviando algo fundamental: los cuidandos son niños y niñas, adolescentes y jóvenes psicóticos, psicópaticos, bulímicos, anoréxicos y demás calificativos diagnósticos. La psiquiatría de la elipse experimenta, en el buen sentido de la palabra, a favor de niñas y niños que presentan problemas de adaptabilidad al medio, para poder re(tomar)(significar) sus propias vidas. Para el “psiquiatra elíptico”, por decirlo de alguna manera, ellos no son enfermos, a veces ni siquiera son pacientes; son solo cuidandos, (no tan) en el fondo, niños, niñas, adolescentes, jóvenes.

Cuando llega al capítulo consagrado a Beatriz, no queda más que reconocer que no solo se trata de un libro interesante en lo teórico; también es bonito, deleitante y, por sobre todo, edificante en todos los sentidos de la palabra. La historia de Beatriz, las historias en torno a ella, las historias que relata, las que inventa y la historia de su terapia, todas ellas pueden ser en sí mismas un libro aparte. Un capítulo posterior nos explicará algo que no resulta evidente para la mayoría de personas (me incluyo): el objetivo del análisis del discurso y de la terapia (ya, por último, el objetivo de la vida) no debe ser explicar y concatenar patologías. Se trata de trazarse una meta, el estar y sentirse sano, transferir el estado de bienestar, hacer que el sujeto “se conjunte” con dicho estado; es decir, llenarse de sentido uno y llenar la vida de sentido. Solo así tiene sentido analizar un discurso: cuando ese análisis es el del discurso del proceso y/o del estado en que la persona es sujeto de sentido, actante de sus propios querer hacer y hacer hacer. Cualquier cosa que produzcamos y luego analicemos (o no), desde un mito hasta una jugada de rugby, una fotografía o una sonata para piano y violín, se trata de eso mismo: dar sentido, significar, expresarse, comunicar. ¡Vivir! Y la única forma de que el enajenado (el no-sujeto de su propio discurso) encuentre y entre en contacto con la realidad es impulsar la organización de su interpretación de la realidad en un discurso estructurado con actantes, destinador, enunciante y enunciador. Parafraseando la idea de “familia fría” de Lévi-Strauss, podríamos hablar de la apropiación de un discurso frío (¿acaso algo similar a los mitos?, podríamos preguntarnos, en una graciosa elipsis metafórica que nos devuelve a Lévi-Strauss), del cual el enajenado se encuentra disjunto; la meta de la terapia es la conjunción mediante la estructuración de los fragmentos que, en su naturaleza fragmentaria, lo enajenan. ¿Se entendió?

Para ponerlo en términos de los autores, la lectura de este libro funge como elemento liberador en tanto el lector se descubra constantemente como sujeto susceptible de haber vivido, en mayor o menor grado, lo mismo que vivieron los protagonistas de los casos presentados. “La psicoterapia conjuga el hecho de reencontrarse a sí mismo, de manera más o menos disfrazada, con reencontrarse con el otro (interlocutor), con reencontrar al Otro en sí, con reencontrar al hombre en sí” (p. 292). Igual que la lectura, la asistencia a una obra teatral, la contemplación de una obra de arte o la escucha de una pieza musical; en tanto uno se deje interpelar/atravesar por todo eso, podrá tener cierto grado de conciencia de lo que sucede en sí mismo, en su interior, y de cómo exterioriza ciertas cosas. Y, más aún, una psicoterapia elíptica es, precisamente, la que garantiza ese encuentro al colocar a la persona que la recibe en otro plano, esta vez en el de sujeto de sus propias creación y producción artística. El procedimiento, que es complejo, se explica mejor entre las páginas 306 y 307.

Todo esto, pese a lo que parece, es a Coelho lo que la novena de Beethoven a un pedo. El recorrido realizado es bastante difícil y muy poco recomendable sin asistencia profesional, dígase de paso. Y además aquí se da cuenta de problemas reales y serios, no de first world problems ni de habitantes de Nueva York, así que si no sabes quién se robó tu queso, este libro no es para ti (igual, no lo vas a entender un carajo). Aquí la complacencia hacia uno mismo y hacia los demás, la patologización y la pasadita de mano por la cabeza están fuera de lugar.

Esto es psicosemiótica porque es la semiótica la que dará orden a lo expuesto, a lo oculto y a lo profundo. Obviamente, es una apuesta arriesgada porque siempre será una “interpretación de”, pero mientras el terapeuta y el semiólogo sean conscientes de ello, todo marchará viento en popa. Los autores han mostrado solo la punta del iceberg y prometen profundizar esta relación en un próximo libro.

Beatriz, Kathryn, Yann y Elvis son algunos de los personajes con quienes, a pesar de estar inscritos en semejante ladrillo teórico, uno termina empatizando como si fueran la mamá de Colmillo Blanco (si han leído la novela de London, saben a qué me refiero) en esa búsqueda del sentido de la vida propia y en ese encuentro con la otredad y su respectiva (re)significación. La historia de cada uno de ellos es un mito, en toda la extensión antropológica de la palabra, y ese mito es el que debe construirse, (re)significarse y analizarse.

Por cierto, y esto es algo que los mismos autores advierten, todo esto se trata de una especulación científico metodológica. Que haya servido para traer a los pacientes infantojuveniles hacia este lado de la realidad (asumiendo que “este lado”, el nuestro, es el correcto), no es algo reñido con el tremendo grado de cuestionamiento ante el cual está consciente y deliberadamente abierta dicha especulación.

Y a estas alturas, debería quedar clara cuál es la clave de la psiquiatría de la elipse. Pero por si aún no lo está, es mejor llegar a la página 311 luego de todo el recorrido por el texto (recomendación: no la lean antes de tiempo, ¡evíten el espoiler!).

¿Errores de estilo en esta edición? Bueno… salvo que “coteraputa” (p. 121) exista en la jerga psiquiátrica, podríamos hablar de un acto fallido freudiano del ínclito traductor, y ya si nos ponemos psicoanalíticos… mejor lo dejamos ahí nomás ;-P

Por lo demás, creo que nadie tendría autoridad moral ni laboral para objetarle el estilo o la ortografía a Desiderio Blanco. Yo, con muchísimo menos razón. Y del libro, solo habría que objetar ese capítulo VI tan innecesariamente largo y retórico (pese a que es el más breve, se prolonga en divagaciones); todas las dilaciones del libro están perfectas, pero en ese capítulo como que pierden el encanto. Menos mal que inmediatamente después viene el bello posfacio de Ricœur para devolvernos algo de la poesía de forma y fondo que caracteriza al resto del texto.


Sería bueno que, más allá de los y las psiquiatras y semiólogos y de uno que otro curioso, libros como este (aunque tal vez con explicaciones teóricas más amigables) sean objeto de lectura de la gran mayoría. Hay entretenimiento, reflexión y hasta moralejas. Tal vez la “Psiquiatría de la elipse” es un best seller en un universo paralelo... en el cual sería ficción, por supuesto, por ser innecesaria la terapia en ese universo feliz :-)

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