domingo, 1 de mayo de 2016

Semiótica para dummies

No soy semiólogo, solo un comunicador de mediana valía. Tampoco científico social, apenas tengo una pátina antropológica propia de las lides del oficio y de una maestría bien intencionada. Pero me gusta leer sobre estos temas, sin ánimo de academizarme, simplemente de informarme y disfrutar de las lecturas. Dicho esto, paso a hacer una reseña bastante personal y modesta de un libro que me ha gustado mucho.

Lilian Kanashiro y Celia Rubina editaron el año pasado "El Perú a través de sus discursos. Oralidad, textos e imágenes desde una perspectiva semiótica" (Lima. PUCP. 2015), un libro que reúne ensayos sobre diversas formas discursivas que se han puesto o aún se ponen en escena en nuestro país... o más bien en el territorio peruano, definiéndolo mejor así antes de pretender etiquetar de una al conglomerado de personas que en él vivimos (reflexión que se desprende precisamente de la lectura de varios ensayos de esta obra).

Se trata de una excelente oportunidad para recordar, revisar y/o revisitar la teoría semiótica más fresca y arrabalera, con énfasis (y mucho) en Landowski y Fontanille, plus todos los demás autores que siempre son citados y mencionados en análisis y ensayos. Es como un libro de semiótica para dummies, lo cual agradezco personalmente porque yo soy uno de estos; me esclareció mucho aquello de lo que no entendí un rábano sobre pasiones, tensiones, interacciones arriesgadas y presencias del otro. Cada ensayo se toma su tiempo para explicar los marcos teóricos y no escatima en citas y ejemplos para aclarar conceptos. Y como se aborda casos muy concretos y accesibles para los peruanos, resulta toda una clase práctica maestra sobre análisis del (los) discurso(s) con referentes casi cotidianos: quién no conoce al Inca Garcilaso, quién no ha visto alguna vez en su vida el cuadro "Tristán e Isolda", quién no sabe algo sobre Bagua, quién no ha buscado encuestas para orientarse a la hora de votar, quién no ha escuchado alguna vez la palabra supay o no conoce su significado popular. Por todo esto, se trata de una publicación justa y necesaria.

Kanashiro parece tener la navaja más afilada que Rubina para diseccionar sus objetos de estudio, aunque lo cierto es que esta última enfrenta análisis más abarcadores y, por lo tanto, es más lo que debe explicar que lo que puede analizar. Los ensayos mejor logrados, a mi parecer, son aquel que aborda el conflicto sobre Bagua (Kanashiro), y aquel que analiza las variaciones del personaje de Electra (Rubina). En lo de Bagua, tal vez porque ¡por fin! la cosa deja de parecer un libro de covers de Landowski y empieza la variedad en las citas y alusiones a otros autores, o tal vez porque Kanashiro se planta frente al tema, lo hace suyo y además toma partido implícitamente por uno de los enunciadores... o tal vez porque, con todo lo que acabo de enumerar, hice un click empático con el ensayo y con la Kanashiro enunciadora/enunciataria. Y en lo de Electra, tal vez porque el tema es interesante de por sí y uno se engancha con el análisis de tal manera que, cuando le explican el modelo actancial y la lógica de la semiótica de las pasiones, no puede más que dejarse llevar por la pluma impecable de Rubina, quien además se muestra como una erudita no solo en semiótica teatral sino en teatro clásico y contemporáneo.

Y, sin embargo, al libro en conjunto le faltó punche para quedar redondito.

Los demás ensayos, en general, proponen un análisis un tanto superficial de todos los temas (discursos) que abordan. Es como si ninguna de las dos ensayistas quisiera involucrarse con ellos, tomando una distancia que podría ser sospechosa para el lector salvo porque en cada ensayo, en algún párrafo, se desborda un poquito la pasión (Rubina lo hace constantemente cuando analiza lo de Tsuchida y Kanashiro, en todo lo que implica política y comunicaciones); el compromiso emocional está ahí, mas reprimido vaya uno a saber con qué intención.

A Rubina se le escucha muy poco la voz. Mientras Kanashiro cierra un ensayo invocando a la tolerancia para una mejor convivencia entre peruanos o recomendando democratizar tanto los medios como sus lenguajes, Rubina termina la mayoría de los suyos de manera impersonal. Elucubra bien, explica mejor pero golpea muy tímidamente el pupitre para que prestemos atención a sus conclusiones.

Uno pasa por todo el libro reforzando y hasta entendiendo aquello que le quedó pendiente cuando trató de decodificar los ladrillos teóricos, pero más allá de eso el libro no tiene lo que toda obra requiere: un norte... o un final feliz... no sé cómo describir ese "vacío que colinda con la vacuidad" (Kanashiro dixit en sincero desliz arjoniano, p. 114) que me deja  este material. Como que adolece de una brújula y, a mi entender, esta falencia ha sido deliberada: ninguna de las autoras pretende darle un hilo concatenante a sus ensayos más allá de abordar discursos made in Perú, pues el libro no fue concebido para eso. Y todo bien con el eclecticismo y la pluralidad y todas las voces toooooodas... pero ya.

Eso que Kanashiro hace con Bagua y Rubina con Electra, eso es lo que le falta al libro como conjunto. ¿Por qué no ir más allá del descubrimiento del humor en torno al sheriff para pasar por agua nuestras carencias colectivas? ¿Por qué no explicitar que la relación entre Electra, Orestes, Agamenón, Clitemnestra y Egisto desde el punto de vista de las pasiones es sospechosamente parecida a la relación político-familiar entre Keiko, Kenji, Alberto Fujimori, Susana Higuchi y Montesinos (penúltima y antepenúltimo no necesariamente en ese orden)?  Digamos que no es poca cosa el hallazgo psicoanalítico en lo de la Marca Perú, pero da para ser más exprimido, pues es evidente que se trata de la punta del iceberg al que enfrenta nuestro Titanic identitario. Y lo de la comparación entre Fujimori y los personajes griegos se cae de madura y, además, si ya is in the air para el lector suspicaz (y todo aquel que lee sobre semiótica lo es lindando con lo paranoide), ¿por qué no sacarla del clóset un poquito más y explorar los intrincados caminos de la pasión por el poder, de las relaciones familiares y de los afectos locales?

A Rubina le tengo tres reproches adicionales, de menos a más. En lo de Tsuchida, por lo demás un ensayo bastante bien escrito, va in crescendo y tomando vuelo hasta que... ¡súbitamente se termina y a uno lo deja con las ganas de seguir leyendo! Sobre "supay", queda la sensación de haber leído todo y nada sobre el tema al finalizar el texto. Y en lo del zorro, que está mejor logrado, insisto en que le falta el remache final, porque uno medio que se encariña con el /zorrito/ y sus travesuras pero la /autora/ ¡zas! termina reventándolo, literalmente, sin misericordia y sin un in memoriam ad hoc.

A Kanashiro se le puede señalar como error garrafal olvidar, obviar u omitir el uso furioso que los candidatos al Congreso hacen de la radio, especialmente en provincias. De haber mencionado a la radio en su enumeración de medios utilizados por los candidatos, su ensayo sobre "Un minuto para votar" sería menos un retrato de ella como consumidora de ciertos medios antes que de los discursos analizados; es decir que se propone involuntariamente como paradigma de consumidor de la información, limeñísimo claro está, algo que ella misma objeta cuando habla de la manipulación mediática en torno a Bagua.

Tampoco se trata de que todo tenga estructura aristotélica, reflexión shakesperiana y moraleja, pero a este ceviche semiológico como que le faltó rocoto. Es como si el enunciador hiciese esfuerzos deliberados por separarse del enunciatario, pero es justamente cuando ambas instancias colisionan que se hace más sabrosa la experiencia.

Como editor y corrector de estilo, encontré varios yerros (¡me encanta cazarlos!); todos perdonables, salvo un par que podrían comprometer la comprensión de la teoría expuesta (páginas 67 y 178; también hubiesen sido útiles unas llamaditas a pie de página para explicarnos qué es un "cotexto" y quién es "Ghio"). Rubina escribe con mucha corrección y por momentos resulta un placer leerla, a Kanashiro habría que cuidarle la prosa para mantenerla prolija aunque también es agradable cuando se desborda (aunque tienda a la grandilocuencia y/o el peligroso lugar común, como cuando afirma que el correcto desenvolvimiento escénico es un "don natural"). Cuidar aquello es chamba de los/las editoras del texto, no de las autoras. La lógica de los correctores y editores parece haber sido "estas chicas escriben bien, solo hay que pasar los ojos sobre sus textos, que ya bastante chamba tenemos con los bodrios que otros escriben" (esta actitud es real y muy práctica en el trabajo periodístico, I've been there!). Pero siempre es bueno tener una mirada desde fuera para, por citar dos ejemplos, conjugar correctamente un verbo en medio de una maraña de teoría semiótica, y no tropezar con adverbios y conjunciones cuando se está explicando un modelo. Por otro lado, la información de algunos pies de página se repite en otros, lo cual pudo solucionarse con un simple "ir al pie tanto de la página tanto o del ensayo tal". No es imprescindible pero queda, digamos, más elegante. Ayudaría a no sentir que cada ensayo se dispara por su lado. ¡Editar un libro es un arte, muchachos PUCP!

(Teléfonos para contratos, ejem, por interno.)

En resumen, se trata de un muy buen libro para antropólogos, filósofos, sociólogos y demás variaciones del mismo tema que quieran saber para qué michigan sirve la semiótica. Algunos harán más de una mueca cuando lean, por ejemplo, que las entrevistas en profundidad pueden resultar menos valiosas que los diarios de campo, al menos desde cierta perspectiva comunicacional; no vale picarse, que es más lo que podemos ganar interrelacionando saberes. En cuanto a las y los comunicadores, especialmente para los más jóvenes y para quienes pasaron semiótica y análisis del discurso rompiendo la pared, se trata de un material urgente. Antes de trompearse a cabezazos con "Semiótica de las pasiones", "Presencia del otro" o "Interacciones arriesgadas", es preferible sumergirse en los peruanísimos ejemplos diseccionados didácticamente en este material; les aseguro que luego será mucho más digerible enfrentarse a la heavy trash-hard metal semiotique.

Punto para el Fondo Editorial de la PUCP. Pero ojo, que en estos temas le falta muuuuucho para pensar en remontar el marcador frente al Fondo Editorial de la Universidad de Lima. En parte, porque Desiderio "Messi" Blanco sigue goleando desde el inglés y del francés, y en parte porque (se siente, se siente) aún no se apuesta por la comunicación como ciencia social en la universidad "My Precious" de Cipriani. Y el que no arriesga, no gana (especialmente alumnos y prestigio).

Finalmente, una pregunta suelta a los señores y señoras PUCP, ULima, UNMSM: ¿para cuándo la maestría (o cuando menos el diplomado, siquiera el curso) de Antropología semiótica o Sociología semiótica? Conste que Rubina y Kanashiro ya les pusieron el sillabus en bandeja hasta con bibliografía temática específica en el índice de este libro. Al camarón que se duerme, los César Acuñan los madruga...

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